miércoles, marzo 26

Uno de por aquí (III)


Día martes 18

-Cosa delicada esta región. Nunca se puede saber en qué momento del día lloverá, ni tampoco su intensidad. Pero es seguro que lo hará.
Habla el señor Burga, quien se ha despertado pronto para despedirnos y controlar que todo está en orden. Coordina o va dando órdenes a los empleados, algo dormidos a esta hora temprana. Se asegura, varias veces, de que llevamos todo lo que se pueda necesitar (que acaba siendo mucho). Sobre todas las cosas se interesa por la lluvia: yo tengo mis soluciones para la lluvia, soluciones que ya he utilizado en mi país y también en escenarios muy parecidos a este, es decir, de naturaleza a cielo abierto durante algunos días. Burga no parece convencido de mi chubasquero, pero yo le tranquilizo. Aquí no se fían: este hombre es algo paternal.
El patio del hotel dibuja el follaje de los árboles que lo ocupan, se intuye algo de luz por el horizonte, la brisa que corre le ayuda a uno a desperezarse, las horas que son y ya hay jóvenes corriendo alrededor de la plaza de Armas; subimos a la camioneta que nos ha de llevar hasta el río Uctubamba, que es un río bravo. Como el guía se hace cargo de todo lo mejor es ir dejándose llevar; nuestro guía se llama Edgar, y es otro de por aquí.

Una vez llegamos al cauce de este río hay que cambiar de coche, pues el único puente que conectaba una orilla con la otra se vino abajo hace algunos días, mientras un volquete con demasiada carga lo cruzaba: fue serio, pues hubo muertos y desaparecidos. Enseguida se ha construido uno para las personas, con unos pocos troncos y algunas maderas, por donde se ven pasar todo tipo de bienes para el comercio, e incluso también servicios, pues me dicen que nos hemos cruzado con el peluquero de esta zona, quien se dirige a dar el afeitado diario al alcalde, sin especificar si es una alcalde importante o no. Se comenta que incluso este puente que usamos ahora nosotros se ordenó hacer porque el alcalde se negó a ser afeitado por otro peluquero, pues sólo se fía del pulso de este peluquero que iba por el puente; y en este mismo orden de cosas yo de paso pregunto cuándo llegará la reconstrucción del puente nuevo: se encogen de hombros y siguen andando. Así es la gente de por aquí: se cae un puente y todo sigue, más o menos y mal que bien, igual.

Luego de un rato en el coche y de trochas algo accidentadas, llegamos a Luya. El trayecto ha sido algo pesado, sobre todo para el guía, que ha tenido que ir entre el cambio de marchas y yo. Desayunamos en una casa de familia local, nos atiende la señora con una bata de entrecasa, recién levantada. Compartiendo mesa con nosotros hay una pareja de holandeses que se nos han unido desde primera hora. Hablamos de Europa, de Holanda y también de Geert Wilders. Coinciden en señalar que hubo, durante algunos años, un oasis holandés muy sólido, que entusiasmaba a los turistas y mucho más a los holandeses. Al parecer consistió en un espejismo donde la gente de este país se dijo que, entre molinos y tulipanes, iban a vivir muy bien construyendo una gran nación todos juntos, fuesen de donde fuesen y con la tez del color que fuese. Aseguran que conforme pasaron los días se dieron cuenta del espejismo, y concluyen que todo esto es algo duro y difícil de entender si no se ha vivido por allí.

Con estos pensamientos me voy a dar un paseo por Luya, a bajar el desayuno. A esta hora los colegiales van, a borbollones, camino de las aulas, con sus uniformes. No sé por qué en tantos sitios los uniformes escolares se han ido perdiendo, pues estos blazers de los chicos son magníficos.

Seguimos, y hay otra furgoneta esperándonos. Esta gente de Burga está muy bien organizada, pues aun con los puentes caídos no nos toca ir a pie en ningún momento. Nos dirigimos hacia otro pueblo, Lamud, donde recogemos a tres belgas francófonos de los que iré hablando; y nos dirigimos todos hacia Karajía. Dejamos el coche y por fin nos movemos un poco, a pie. Yo venía sintiendo un cierto desplacer esta mañana por no terminar de echar a andar, que es en parte lo que vinimos a hacer aquí. Andar es un deporte muy completo que a mi me gusta mucho: los músculos se van poniendo a tono y abre el apetito. Andar es como remar, un deporte que yo he intentado practicar en Lima, pero al ser Lima una ciudad que vive de espaldas al mar, también niega los deportes acuáticos a sus habitantes. Durante esta búsqueda del remo en Lima fui dando con clubes algo elitistas que pedían mucho dinero por echar un bote y unos remos al mar. En fin, vamos andando por este sendero hasta que llegamos a los sarcófagos. El guía Edgar nos explica su significado, explicaciones que hemos de traducir al francés y luego también al inglés. Lo que nos queda más claro es que no hay estudios fiables en esta zona, y mucho menos sobre esta cultura, la Chachapoya. No hay estudios: nadie ha venido por aquí a hacer alguna cosa seria respecto a esta gente. Tampoco los esperan.

Nos encontramos al inicio de un valle, el río se intuye al fondo, el paisaje es espléndido, de postal con brumas de amanecer que vienen desde abajo y luego, conforme posan un rato a nuestra altura, se van desvaneciendo.

De vuelta remontamos el camino de ida y llegamos hasta la furgoneta de nuevo. Hay unos niños hacia los que me dirijo, que viven por aquí y parecen asustarse algo de mi aspecto físico. Luego se puede jugar con ellos, un poco. Y seguimos, todos en la furgoneta, hasta Cohechán, donde almorzamos. Por aquí intuyo que se come siempre igual: un sopa muy consistente de primero, en la que se puede encontrar flotando carne, algo de pasta, verduras, especias, de todo. De segundo, y siempre con patatas y arroz de guarnición, un poco más de carne de vaca, carne pura del campo, con su fuerte sabor. De beber algo de té, manzanilla o mate de coca, bien caliente, nunca agua fresca -que yo echo algo de menos.

De sobremesa hay más niños. Niños de Cohechán. Jugamos un rato con ellos, hago como si los persigo. Nos preguntan si somos gringos, dicen luego hello: salen disparados, y yo detrás. El pueblo parece inerte, aquietado, sin muchas cosas teniendo lugar a esta hora tranquila. Así, una vez digerida la comida, y luego de otro trayecto en furgoneta, empezamos a andar de nuevo. La furgoneta ya se queda por aquí, hay que descargar y transportar las mochilas, el agua para estos días, la comida, todo. Nos despedimos de los holandeses antes de empezar a andar, pues ellos llevan otro plan.

La caminata nos va a llevar hasta el valle de Belén, donde pasaremos la primera noche. Este valle se va asomando y escondiendo conforme vamos bajando hacia él. El sendero por el que discurrimos los belgas, el guía Edgar y nosotros es claro; entre las riadas de árboles el sol de mitad de tarde nos anima a todos, pimpantes, y se va acelerando el ritmo. La tierra y sus colores cambian a cada metro, pasando del ónice al anacardo, luego (por la mezcla del agua y de la tierra) al más puro burdeos; y todo el tiempo resalta la iridiscencia, que se acentúa algo con esta luz.

A mitad de la suave bajada se nos une Rafita, que va con su caballo. A Rafita, que es otro de por aquí, no le entiendo casi nada de lo que habla pues el acento de esta región, con un cierto deje portugués, es muy complicado de atender. Las mochilas se las han cargado al caballo, que es una animal muy chato e incluso un poco endeble y ahora ya está sudando. Este Rafita parece ser un gran amigo del guía Edgar, y se ponen a hablar unos metros por delante. Sin bultos a la espalda el camino se convierte en un placer, una maravilla donde lo mejor es ir oliendo algún paisaje que otro.

Así, la última parte del camino se hace muy breve, y enseguida llegamos a las cabañas donde se pasará la noche. Este valle, una vez se llega, es un deleite si se pone uno a mirarlo con atención. Al atardecer las brumas bajan rápidas, y a ratos el sol se cuela entre estas nubes bajas, creando un espectáculo de colores sobre el verde y el río que discurre despacio: todo es muy plausible. Hablamos un poco con los belgas: unos son pareja y el tercero un amigo común. Están dando la vuelta al mundo, que empezaron por Granada, en España. Más tarde fueron bajando por la costa africana, de Marruecos a Mauritania, y después estuvieron alguna temporada por Cabo Verde, que al parecer les maravilló. De ahí volaron hasta Brasil, país en el que navegaron por el Amazonas llegando hasta el Perú, y bajaron por Iquitos hasta esta región donde felizmente hemos coincidido. Son gente sana y alegre, y da gusto oírles hablar de sus viajes.

Como todavía no está la cena y queda un poco de luz, vamos a dar un paseo. Fue aquí donde experimenté una cosa muy parecida a las arenas movedizas: intenté abrir una nueva ruta cercana al cauce del río, y fui a pisar donde yo consideré que parecía sólido; ahí me hundí hasta la cadera, y no sin cierta dificultad conseguí salir, metiendo la otra parte en este fango camuflado, y terminé algo mojado. Mejor ir a cenar, y de camino coger algo de leña para un fuego que hemos quedado en hacer.

La cena, a la luz de unas pocas velas, es una sopa de esta región, algo más consistente pues en estas cabañas no se dispone de los medios adecuados para hacer grandes cosas: éste será el único plato; los belgas, en la sobremesa, sacan una botella de vino dulce que a mi me hace mucha ilusión. Ya se oyen los ruidos del fuego que va, poco a poco, arrancando, pues aquí la leña está algo húmeda. Salgo a fumar, hablamos un poco, Rafita se pone a contar chistes frente a la hoguera y me pide que cuente uno, y no es este un ambiente -un fuego en el campo- como para negar un chiste: cuento el de siempre; luego quedamos en silencio, el resto se va retirando; me quedo ante el fuego, que es otra delicia indescriptible. Pienso en el oasis holandés: cenizas.

Se acerca la hora para ir tumbándose, echo antes una jarra de agua por los troncos y extiendo las brasas: mañana es día de andar.

4 comentarios:

I. M. dijo...

I N S I D E _ O U T

Es un placer descubrir esos parajes recónditos a través de tu pluma, y dejar escapar una sonrisa al imaginar al viejo patxi allá por machupichu....

A veces me pregunto porqué viajamos, y sólo consigo esbozar la respuesta, borrosa; supongo que, en último término, uno busca viajar más lejos para conocerse más a sí mismo. A la manera de los árboles, que cuanto más alto se erigen, más extienden sus raíces hacia el centro de la tierra.

jeanne dijo...

coucou,

est ce quelle est belle ton image, jaime bien

bisous

Idea dijo...

Interesante y poético el viaje de su mano y a través de sus ojos, y sobre todo si no tengo que subirme yo a una "avioneta" es que ya los aviones me dan lo suyo pero son inevitables para andarse por el mundo.
Abrazo, Idea

jeanne dijo...

merci beaucoup pour votre commentaire... je suis bien rentré ac air moquette! lol mais je ss un peu naz !!!

bon je te laisse bisous