Pues de vez en cuando, si el día o el clima invitan a ello, la gente se pone a viajar: ir de un sitio a otro y, ya puestos, llegar a conocer el rincón estimable -si es que lo hubiere- de estos lugares que se van descubriendo. Con este fin se creó en su día una industria que en España -y en tantos otros sitios- es enorme, importantísima en este sentido: cuando en tal ciudad nos tocó un camarero grosero y el café llevaba demasiada leche o en aquella otra la ducha del hostal era sucia y fría, además de cara: con qué alegría dejamos atrás aquel lugar, como suspirando y con alivio. Una alegría y unos suspiros que, siendo ecuánimes, no dejarían de ser algo injustos, pues con qué mayor clemencia juzgamos al camarero, a la leche, a las duchas y a los precios locales.
Ya metidos, se puede hacer un hueco a esta pregunta: si el fin del turismo era crear infraestructuras para, rápida o cómodamente, ir de un sitio a otro e incluso quedarse a dormir y comer por allí; o si por contra se pretendía suscitar rincones estimables. Si el objetivo era el segundo, en España esta industria ha fracasado: de manera incontestable.
Pero esto va de viajes. Debe haber muchos libros sobre viajes, entre los cuales yo considero a J. Conrad, pasando por el "Viaje a la Alcarria" y subirse luego al "Viaje en autobús" de Pla; por ejemplo.
Incluso yo he de reconocer que alguna vez también viajo. Y a veces me pregunto si no viajaré para luego tener algo que contar. Es decir, viajar para escribir.
Así, hoy y en los días que quedan por venir -siempre y cuando el ritmo sea bueno- iré contando alguna cosa de esta última semana: he estado haciendo algún viaje por Perú.
Día domingo 16
Salimos, con el ánimo algo elevado, por la tarde. La perspectiva de dejar este follón de gente y coches en que consiste Lima es muy plausible. El viaje, en autobús, nos habrá de llevar desde aquí hasta la ciudad de Chiclayo. Viajar de noche y al mismo tiempo intentar echar alguna cabezada va a ser complicado, pues conozco estas dificultades que encierran para mi el movimiento y el descanso. En fin, hay 11 horas por delante para conseguirlo.
Nada más subir, instalarnos y arrancar la azafata reparte una cena que intento hacer pasar con tragos de agua, mientras observo las afueras de Lima: subdesarrollo y pobreza, pero de esto ya se habló.
De postre nos reparten unos cartones: se va a celebrar un bingo cuyo premio es un pasaje de retorno. La azafata va cantando los números, y observo que la atención de los pasajeros aumenta, no se escucha ahora a nadie. Por fin hay un ganador, y algunos que estábamos a pocos números nos volvemos para mirarlo, algo molestos. Le hacen decir su nombre y unas palabras, que aprovecha para agradecer a la compañía. Luego se proyecta una película infumable.
Al terminar la cinta regresa la calma; hay roncadores; hace frío: el aire; imposible dormir.
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