viernes, septiembre 26

contra el hombre


Hay un tipo de hombres que no valoran lo que tienen hasta perderlo.
Dentro de estos hay unos -muy concretos- que son bien conscientes de que hasta que no lo pierdan todo no alcanzarán a poner en valor aquello que una vez fue suyo; y así viven constantemente en un bucle melancólico de aúpa.

Tantos a unos como a otros se les distingue enseguida, y yo habré conocido a alguno, pero no me di cuenta de cómo eran hasta que no los perdí para siempre de vista.


Y los días van pasando: espero que estéis bien.

lunes, agosto 11

estos días de invierno: la muerte y el turista

Al museo del Holocausto que armaron los judíos en la ciudad de Buenos Aires se puede llegar recorriendo alguna de estas calles cualesquiera que componen la capital. También, si uno así lo desea, se puede atravesar una plaza muy concreta, cuyo centro está dominado por un gomero majestuoso: es un árbol que crece tumbándose (y como mostrando un espíritu perezoso, medra muy poco hacia arriba: casi no tiende hacia el cielo, como se suele leer) ante el cual le entra a la gente unas ganas enormes de imitarlo y echar una cabezada, una pequeña siesta de estas con las que los españoles somos tan frecuentemente identificados y confundidos.

Las calles a las que se hace referencia tienen este aire europeo que reina en toda la capital; y enseguida se llega a este museo.
La puerta de entrada pesa lo suyo: es de hierro macizo forjado con estas volutas de formas que imitan la naturaleza; es de estas puertas ante las cuales, al pasar por delante, hay personas que exclaman ¡qué puerta tan grande! con mucha gracia, esta manera que hace reír al que oye o escucha. Luego de cruzarla y pagar el precio de la entrada, se llega a este recinto donde uno agradece el orden -la cronología- que impera, pues ayuda a hacerse unas pocas ideas más o menos aproximadas del periodo que se pretende explicar. Sobre estos años que cubre el museo poco podré añadir yo, que no soy historiador ni poseo la mínima cultura que -una simple aproximación al tema- requiere.

Algo se podrá añadir, sin embargo, sobre las razones que le empujan a uno (que hace de turista por Buenos Aires durante unos pocos días) a entrar a sitios donde, sobre todas las cosas, va a dar de bruces con la muerte y el horror absoluto; aunque la vitrina y el tiempo ayuden a amortiguar un poco los efectos y sensaciones. El asesinato batiendo todas las marcas -en tiempo, espacio o número- y hoy hay varios museos repartidos por el mundo cuyo objeto es representar el horror de la manera más exacta posible, se deduce que para ir azuzando la memoria. Posiblemente sea esta cualidad psíquica, en concreto su búsqueda, hallazgo y retención, la que arrastró a este turista que nos ocupa hacia el museo. Fue consciente, desde la primera fotografía, de que era importante mantener la calma e intentar aplicar -durante todo el recorrido- alguna lógica o rigor científico que brinde una suerte de defensa, acaso un arrimo suave a las caras de las fotos, a los hechos descritos, a los métodos y los números, al zyklon B o los sonderkommandos; es decir, intentar aplicar un prisma de hombre tranquilo: de hombre de ciencias. Pero el equilibrio fue imposible: el turista fracasó pues no estudió ciencias y son materias que no domina; y con la sensación de fracaso acabó saliendo por la pesada puerta para descubrir alguna cosa más de esta capital.

Hubo pues que continuar estas vacaciones. Venir a Buenos Aires y pasar unos pocos días por aquí es un viaje al que se ha de tener cierta consideración, cierto aprecio incluso. Yo había oído hablar de este amor y me sugirieron repetidamente.
Las opciones en cuanto a paseos o visitas son variadas, y gracias al amigo bonaerense R., quien aportó mucho músculo a los tours, fuimos bien ágiles. Yo le tuve mucha estima a una cafetería donde me dicen que iba Borges de joven, y frente a la cual hay otro gomero majestuoso, un gomero del siglo XIX que se extiende a lo ancho -leo por ahí- unos 50 metros. Este árbol atrae a muchos clientes hasta la terraza, se les puede ver sentándose y pedir una café con estas medias lunas tan locales, y ponerse a contemplar el tronco, las raíces, las hojas, los frutos que caen, etc. hasta que les entra un poco de modorra.


Esta ciudad, a pesar de todo esto, no estaría exenta de algún peligro de -digamos- percepción. Es este: en Buenos Aires el europeo medio se encontrará como en casa, y quizá esto desencante algo al turista desinformado que venga buscando esta América Latina del folclore que tanto éxito cosecha entre la juventud. Yo, que tengo algún contacto por Francia, he escuchado que América Latina está de moda entre los jóvenes de ese país; moda que quizá se podría extrapolar a otros países de Europa.
Luego de un tiempo viviendo en este país -Perú- por donde también se ha hecho algún viaje, uno ha llegado a dominar la técnica para identificar al turista, dejando de lado las teces. Todo turista que viene al Perú paseará, antes o después, con un chullo peruano en la cabeza. O posará para una foto con un chullo bien colorido cubriéndole el pelo. Así se les puede identificar, pues yo no he conocido a un solo peruano que los use, y parece que la industria textil que los confecciona hasta exporta, visto el éxito entre el extranjero.
En efecto, el chullo es casi una tradición ya. He ido controlando a las visitas que han pasado por casa: todas sucumbieron al chullo: todo el mundo tendrá su foto o su chullo en la maleta (o sobre la cabeza) al salir del Perú. Yo también tengo mi chullo, que sólo saco cuando hay alguna cámara de por medio.
Habría algún apunte más: se suele oír hablar de la autenticidad de América Latina, representada -según parece- por países como el Perú o Bolivia; se trataría de una autenticidad siempre contrapuesta a ciudades como Buenos Aires (bastante menos auténtica), no digamos ya con las europeas (en absoluto auténticas). América Latina es un lugar auténtico, dicen.
No he podido evitar preguntarme repetidamente el por qué de esta afirmación, el dónde reside exactamente la autenticidad de este continente. Quisiera conocer las razones por cuales este país donde vivo es un país auténtico.
C., que es una mujer valerosa, me dio la clave hace unos días: es el subdesarrollo. El subdesarrollo funcionaría, en esta concepción del turista, como un elemento más del paisaje, algo que se sabe está ahí y que por tanto puede ser visitado o fotografiado. El subdesarrollo como un elemento identificador de un continente, éste desde el que se escriben losadioses, con sus pobres, con sus infraestructuras deficientes, sus políticos tan locales, sus economías de vaivenes, sus cuartelazos, sus vestimentas de hace ya un tiempo: forzosamente el turista también contempla todo esto al planificar los posibles destinos y por tanto exige su derecho a verlo.
En Buenos Aires, por tanto, es posible que sí se de el subdesarrollo, ma non troppo; y quizá esto desencante algo al turista desinformado que venga buscando esta América Latina del folklore que tanto éxito cosecha entre la juventud. Y un turista desencantado puede ser una cosa muy peligrosa.



Yo, cuando hago o deshago las maletas de un viaje siempre -pero sobre todo cuando las hago- procuro tener a mano este artículo del escritor Arcadi Espada; un artículo que se usó en su día y que hoy continúa imbatible, esperando a ver quién supera cosas como estas:
"En efecto, yo soy un viajero con impedimenta. A los viajes me gusta llevarme, incluso, los problemas, confiando en el mito romántico de que volveré con ellos solucionados y al fin hecho un hombre (...) Siempre me han parecido de una gran ingenuidad esos viajeros que anuncian sus propósitos de ser, por un mes, indonesio, francés, keniata o mexicano, según el destino anual, y que eligen el camaleón como figura simbólica de su carácter. Por el contrario yo he viajado siempre para confrontarme con lo que veo y proceder casi de continuo al odioso (pero menos odioso que instructivo) juego de las comparaciones. Y para precisarlo algo más, y como Camba, yo he viajado siempre, y sobre todo, para ciscarme en España, lo que resulta facilísimo (...) he andado por el mundo con el yo demediado durante muchos años y experimentando a cada regreso una insensata alegría. Más que volver a la ciudad, volvía a mis hábitos, alimenticios, lectores, conversacionales, tan duramente labrados. Y no había ocasión en que no me preguntara si en realidad no viajaba para amarlos, como suele suceder con algunas cosas que se pierden."
En fin. Con la multitud de compañías aéreas caras y baratas que se han creado -y con éstas, sus promociones y discounts- se pueden hacer tantos viajes hoy día... Hay multitud de posibilidades, y luego uno puede incluso sentarse y escribir alguna cosa sobre lo que vio o le contaron.
Esto fue un turista que iba por Buenos Aires.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

domingo, julio 13

el lugar de un hombre



Hagamos un poco de memoria...

Yo tenía un conocido, hace algún tiempo, que solía decirnos (él hablaba así, de manera un tanto genérica o argentina: disertaba un poco para su público y un mucho para sí mismo: era de esta gente que habla escuchándose) que el mayor crimen -crimen nuclear, decía- que sufren los hombres era el paso del tiempo, y que hasta aquel entonces nadie había hecho gran cosa al respecto. Habiendo fracasado en sus estudios de medicina (siendo él de una de estas familias de médicos tan locales) clamaba por la pasividad de los doctores e investigadores galenos, y algo menos por la indiferencia del resto de ciencias.
Uno de sus pacientes oidores le solía mentar, a media voz y desde el fondo de donde nos encontrásemos, los antibióticos (¿y los antibióticos? ¡con los antibióticos de nuestro lado estamos ganando esa guerra!); y entonces este conocido lo miraba con unos ojos achinados, vivísimos, que recorrían el cuerpo de arriba abajo y respondía:
-Yo le hablo de la vida que pasa, ¡y este me sale con matar bacterias!
Nos decía todo esto, y muchas otras cosas, con una afectación que no le ayudaba nada a la hora de hacer llegar el mensaje, siempre con floripondios y usando un minuto para lo que se puede decir en medio; y por estas cosas yo desconfiaba.
Luego, algunos años después (no tantos) he ido llegando hasta aquí, cuando empiezo a entender a este conocido del que hablo, aun sin haber terminado de aceptar sus formas ni filigranas.
La mayor creación del paso del tiempo, me digo, es la memoria, y con ella los problemas morales que provee.
La presencia del pasado ha ido adoptando -de la forma más inopinada que el lector imagine- unas dimensiones formidables, desaforadas, vastísimas. Durante este proceso las personas que pasaron, los paisajes que desfilaron, los detalles a los que se prestó algo de atención, algún olor que llegó de manera vaga o intensa, las caras a las que atendimos: la percepción de lo que se vivió es cambiante, siempre desorientadora, imposible de abarcar o definir. Así, la presencia turbadora -demencial- de la memoria ha ido dejando un trazo grueso que por ahora no adopta ni una forma ni la otra; que únicamente traería alguna pregunta de índole moral, a las cuales no aporta ni una respuesta ni media.

Ciertamente, a mi lo que me preocupa desde hace algún tiempo es el paso de los días, meses o años y su acumulación de recuerdos, tan vivos que a veces uno no sabe cómo hacer que dejen de seguirle, es decir, a veces hasta duelen.
En este sentido, yo, que hasta tengo un blog, le puse la frase de bienvenida que cuelga un poco más arriba: y los días iban pasando, algo que no advertí en su momento y que ahora tiende a encajar.
¿Qué más queda? Escribir por tanto en un blog cosas como ésta es una opción. Pero, como ya habrá intuido el lector a estas alturas, son opciones perfectamente estériles, por supuesto. Me confirmaron hace poco, hace no mucho: "no hay nada tan disciplinado como el tiempo": ante semejante rigor es mejor ir dejándolo.
Sí, se trata de un asunto serio, difícil de lidiar: me siento totalmente incapaz de aportar algo -algo más o algo más serio- a una cuestión tan sensacional.


Me vino todo esto hoy, mientras de nuevo hacía algún ejercicio de memoria...


Y los días van pasando: espero que estéis bien.

viernes, junio 20

un problema español

Me reúno, en una de estas tardes que ofrece el invierno de por aquí -tardes en las que se cierra la luz de esta forma tan rápida- con el señor don J.B., antiguo ministro de este país. Paso a visitarlo a última hora, cuando ya ha debido liquidar los asuntos del día: paso a verlo por su despacho.
Este B. regresó, luego de su paso por la cartera de Justicia, a lo privado, donde parece lucirse: a mi esta sala donde me hacen esperar mientras no baja el señor B. me parece un sitio muy convincente para hacer cualquier tipo de negocios, pues uno siente aquí que la tendencia a cerrar tratos es muy positiva, creciente en comparación con otros sitios: es un ambiente que invita a entenderse:
Me fijo y toco las solapas de los mamotretos de leyes del Perú que hay en la estantería -libros de hace ya un tiempo-, palpo el grueso enmoquetado en el que los pies parecen mullirse -acaso el cuerpo entero-, me paseo por los recuerdos de los retratos que cuelgan de estas paredes, procuro captar los olores de las cosas viejas que me rodean; en definitiva, agradezco de veras el orden que, estando solo, se siente en esta sala.

Entra B. Hombre mayor, yo he venido sobre todo a escucharle, y él ha creído conveniente regalarme un rato, para ver si ya puestos le consigo algún cliente -alguna empresa que contrate sus servicios de abogado.
El señor B. me hace un retrato de cómo están las cosas por Perú, pero de esto ya se habló: aquí la gente está, por fin, haciendo algo de dinero: buena noticia para todos, la cual nos lleva a hablar un poco del futuro, y de cómo pueden venir dadas. Esto es una incógnita. Como sobre las incógnitas no suele haber acuerdos, nos ponemos a hablar de España. Tampoco en esto hay puntos de encuentro. Llegando aquí, le dejo hablar al ex-ministro, pues yo veo que se trata de una conversación que va dando tumbos, sin mucho ton ni son, y me limito a escuchar.
Da gusto oír hablar a este hombre. Un ex-ministro es siempre un ex-ministro, y yo, estimado lector, soy de los que tiene una cierta estima a la gente que sabe llevar sus antiguos cargos, y en el caso de los Ministerios esto debe ser una tarea considerable.

Así, en esta segunda parte donde yo no hablo, me pongo a pensar en los ministros que ha habido en España, y este pensamiento me oscurece algo el ánimo. Me paro a pensar en algunos de los ministros de ahora, y me entristezco de veras. Esta gente que ha llegado alto en España ¿qué oposiciones han aprobado? ¿han destacado algo -un algo- en lo privado, en la empresa? ¿de dónde han salido? Esta manera de expresar las ideas que utilizan: ¿es normal? Esta gente, tan empingorotada, ¿quiénes son? ¿lo harán bien?
La política en España es un guirigay ensordecedor, tremendo.

De esta manera, mientras yo estaba pensando en mis cosas, el señor B. se ha debido cansar de esta compañía, algo abstraída, así que me va despachando de manera educadísima, tanto que no me doy cuenta.
Una vez en la calle, ya de noche cerrada, me vuelvo a casa, dando un paseo, con alguna impresión, vaga, rondando el espíritu.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

miércoles, mayo 28

Un problema peruano


Me encuentro con mi gran amigo C. paseando por una calle limeña, al costado de los malecones: por aquí la ciudad respeta algo al peatón (un algo que resulta ser siempre insuficiente).

Este C., hombre entrañable al que hacía días que no veía, es un español quien últimamente anda preocupado, yo esto se lo noto nada más estrecharle la mano: me dice que ha sufrido algunos alifafes que le han dejado algo desorientado, pues no se los esperaba. C. ya tiene sus años, muchos más que los míos, años que últimamente lleva de aquella manera.
Yo, sobre todas las cosas, encuentro que se le han juntado los kilos, demasiados, todos por la cintura, gordo, un cuerpo como de pera, con una falta de agilidad tremenda, sobre todo cuando nos ponemos a andar, acompañándonos. Un momento dado me coge del brazo para hablarme, bajando algo la voz dice:
-Estos achaques... lo mío anda mal, muy mal: son los negocios que no terminan de avanzar.

Lo suyo: C. tiene una gran fe en un proyecto en el que lleva metido un tiempo, que fue la razón por la que nos conocimos, pues alguna cosa de estas veo en mi trabajo de ahora. Un proyecto mastodóntico, granítico, inabarcable por la cantidad de dinero que requiere, del cual me ha hablado muchas veces -aunque esta es la primera que lo hacemos frente al mar, cosa que se agradece. Así, por razones que no vienen al caso, el proyecto no termina de arrancar, lo que le genera a mi amigo una comezón que a mi me pone algo triste.
En cualquier caso, el proyecto puede dar una cantidad de dinero considerable a mi amigo, si termina por salir.

Es esta sensación -hacer dinero- la que en estos momentos reina en el Perú: la impresión general es que el que posee un dinerillo ahorrado y decide invertirlo puede ganar otro poco, e ir avanzando con la reinversión. El peruano -de carácter por lo general poco avispado para los negocios- empieza a cuidar la idea de hacer crecer al país mediante la inversión: cada vez hay más empresas, más comercio, más bancos, más prensa salmón: sí, los negocios van avanzando. Esto es algo insólito en el país, e infrecuente en el continente -exceptuando a los chilenos.
Yo creo que esto, estas enormes expectativas creadas, lo son todo, pues se contagian por Lima a una velocidad magnífica. Estas expectativas, o siendo exactos, su inexistencia, eran un problema peruano que atoraba al país. Ahora que el país echa a andar va dejando atrás esto y otras cosas; y de paso sus ciudadanos van ganando un dinero -como para ir tirando.

O así se lo hago ver a mi buen amigo C., quien, cariacontecido, se molesta un poco con mi respuesta optimista ante estas inquietudes locales que me plantea. Pero yo le entiendo, pues este hombre es muy terco. Después de casi 50 años en Perú mi amigo no posee ninguna cualidad del carácter local, que son muchas.

Lo que más ha unido a C. conmigo es el hecho de que ambos somos de la capital de Aragón. Nunca he visto un carácter tan de la tierra: es un aragonés muy terco, algo rígido en los pensamientos, y muy devoto de la virgen del Pilar, a la que suele nombrarme a menudo, sobre todo cuando habla de la providencia que va zurciendo los negocios: este hombre nunca dejará de ser lo que es, esto es, un carácter muy zaragozano, un localista extremo, muy de la tierra que pisaba en su día.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

sábado, mayo 17

La tarde, por última vez.

Ya eran días, días en los que casi he llegado a perder la costumbre de sentarme en este cuarto que da al patio interior y levantar la persiana del blog. Hoy, luego de haber comido en la gloria, y mientras rumiaba el vino, he vuelto por donde solía, acumulando alguna cosa que paso a contar; o esta sería mi pretensión.

Pero antes de nada habré de decir, pues no creo haberlo hecho antes, que a mi, como a Camba: "la idea que yo les dé a ustedes será casi siempre una idea personal, y por eso necesito que ustedes me conozcan antes de entrar en tarea para que no me tomen nunca completamente en serio. Ni completamente en serio ni completamente en broma". A mi, pues, como a Camba.

Yo he estado por aquí, por Lima, intentando hacerme con mis costumbres: son sus yuxtaposiciones las que vendrían a conformar una vida. En este caso la mía, lo cual me hace estimar mucho estas costumbres.

Vine a esta ciudad -a pasar una temporada- entre otras cosas atraído por su literatura, por lo que yo había leído y que al parecer tenía como escenario esta capital. En fin, aquí tengo que reconocer el error de haberme dejado guiar por las mentiras que componen la literatura. Pues aun cuando son ciertas no dejan de ser verdades muy bien mentidas, como dijo Onetti.

Guiado entonces por aquellos engaños, yo pensé que venía a descubrir una ciudad -Lima- que no solo no existe tal cual la leí, sino que hace años que dejó de ser. Y también aquí hubo dejadez por mi parte, enorme, imperdonable, pues no tendría más que haber descolgado el teléfono y llamar para preguntar si esto o aquello seguían como acababa de leer: en Lima el pasado no existe, pues las ciudades que cambian tanto en tan poco tiempo suelen prescindir de la memoria para acoger, mal que bien, a los que van llegando.

Lima se dejó llevar, y el resultado son sus calles y barrios, imposibles de transitar por el papel que juegan en el drama estético. Esta conclusión ha requerido algún tiempo, pero ha sido un alivio llegar hasta aquí. Porque ahora me queda saber qué ciudad estoy buscando, es decir, la ciudad como deseo y también como quimera. He decidido, para esta tarea, hacer uso de los periódicos y dejar de lado la literatura durante algún tiempo. Por si las decepciones.

"[Lima] Se ha vuelto una urbe donde dos millones de personas [hoy son más de ocho] se dan de manotazos, en medio de bocinas, radios salvajes, congestiones humanas y otras demencias contemporáneas, para pervivir. Dos millones de seres que se desplazan abriéndose paso (...) entre las fieras que de los hombres hace el subdesarrollo aglomerante. (...) El embotellamiento de vehículos en el centro y las avenidas, la ruda competencia de buhoneros y mendigos, las fatigadas colas ante los incapaces medios de transporte, la crisis de alojamiento, los aniegos debidos a las tuberías que estallan, el imperfecto tejido telefónico que ejerece la neurosis, todo es obra de la improvisación y la malicia. (...) [el de provincias y el extranjero] llegan a la ciudad llenos de futuro y, al cabo de unos años, han derrochado, en no se sabe bien qué, la voluntad de progreso que los desplazó."
Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible

"Uno nace en la ciudad que inventa. Uno inventa la ciudad en que vive. Entre una y otra, uno es inventado por realidades cotidianas. Y lo más cotidiano es el recuerdo."
Manuel Ramos Otero, La fea Otero

"Quizá esta deformación de la realidad se deba a una sensación, por parte del exiliado, de que, en efecto, ni la tierra abandonada ni la ciudad que le ha acogido hacen parte ya de su propia identidad."
Dioniso Cañas, El poeta y la ciudad. Nueva York y los escritores hispanos

El invierno ya ha comenzado en Miraflores.
Y los días van acortándose: espero que estéis bien.

jueves, marzo 27

Uno de por aquí (IV)


Día miércoles 19

Escribo por la noche, con un poco de luz que me ha costado conseguir, escribo los detalles de lo que ha dado la jornada, en el entretiempo entre tumbarme y dormir.

Hoy tocaba andar, y no era un buen día para los problemas técnicos: yo he tenido un problema con el calzado. Burga me consiguió unas botas de goma muy prácticas para los lodazales que hemos ido cruzando. Mi problema ha consistido en la raja que cruzaba la bota derecha a la altura del empeine, y desde un primer charco el pie se ha mojado y la media se ha calado. Ha sido peor cuando la raja ha ido a más y entraba la tierra, el barro, las piedras, minúsculas, afiladas. A pesar de esto, que me ha ido incomodando a ratos, yo he disfrutado del itinerario.

Hemos ido dejando atrás el valle de ayer. Las diferencias de altura, las subidas y bajadas han ofrecido paisajes muy cambiantes, todo brumas refulgentes al principio, bosques tropicales después, pura piedra en la bajada final.
Quizá lo mejor de estos paseos, o al menos a lo que he venido yo, sea quedarse un poco rezagado del pequeño grupo, y entonces parar y escuchar, mirar a lontananza -entre las brumas: parecían de decorado. Observar las casitas de la gente de esta zona, a la que nos hemos ido cruzando cada hora, siempre en grupos, con sus mulas cargadas, algunos descalzos: yo los iba parando, como preguntándoles alguna cosa, buscando la excusa mínima para conversar con ellos, pero este dejo brasileño de la gente de por aquí, algo cerrado, con esos vaivenes en la entonación: ha dificultado los intercambios de impresión, que por lo demás no eran de gran calidad. Al margen de lugareños, aquí no se cruza uno a nadie, cosa que se agradece.

Todo esto me ha hecho recordar a Labordeta, el político de donde yo vengo. Los de España quizá recuerden, entre otras cosas, su emisión televisa: recorría a pie las zonas rurales del país, parando a hablar con la gente de los sitios por los que estaba de paso, observando o comentando la belleza que iba atravesando, en un tono siempre campechano, cercano, muy aragonés.
Un tiempo después este hombre se metió a político.

El final del camino ha sido algo pesado, pues a mi problema con la bota se han unido las piedras de la bajada final, puro descenso. Antes hemos comido alguna cosa ligera en la mitad del camino.
Llegar hasta donde escribo ha merecido la pena: una casona de gente de por aquí, con unas camas muy cómodas, con café, tabaco, cerveza, un poco de vino dulce: aquí están muy bien provistos. Hay una terraza con mesas y bancos, y la vista desde aquí es magnífica, sentados frente a las montañas que hemos ido bajando, que veo a lo lejos: lo mejor es esperar al atardecer, cenar algo; y ya cansados quedarse después a observar la luna llena entre las brumas que ya se van levantando ahora, justo al dormir.

miércoles, marzo 26

Uno de por aquí (III)


Día martes 18

-Cosa delicada esta región. Nunca se puede saber en qué momento del día lloverá, ni tampoco su intensidad. Pero es seguro que lo hará.
Habla el señor Burga, quien se ha despertado pronto para despedirnos y controlar que todo está en orden. Coordina o va dando órdenes a los empleados, algo dormidos a esta hora temprana. Se asegura, varias veces, de que llevamos todo lo que se pueda necesitar (que acaba siendo mucho). Sobre todas las cosas se interesa por la lluvia: yo tengo mis soluciones para la lluvia, soluciones que ya he utilizado en mi país y también en escenarios muy parecidos a este, es decir, de naturaleza a cielo abierto durante algunos días. Burga no parece convencido de mi chubasquero, pero yo le tranquilizo. Aquí no se fían: este hombre es algo paternal.
El patio del hotel dibuja el follaje de los árboles que lo ocupan, se intuye algo de luz por el horizonte, la brisa que corre le ayuda a uno a desperezarse, las horas que son y ya hay jóvenes corriendo alrededor de la plaza de Armas; subimos a la camioneta que nos ha de llevar hasta el río Uctubamba, que es un río bravo. Como el guía se hace cargo de todo lo mejor es ir dejándose llevar; nuestro guía se llama Edgar, y es otro de por aquí.

Una vez llegamos al cauce de este río hay que cambiar de coche, pues el único puente que conectaba una orilla con la otra se vino abajo hace algunos días, mientras un volquete con demasiada carga lo cruzaba: fue serio, pues hubo muertos y desaparecidos. Enseguida se ha construido uno para las personas, con unos pocos troncos y algunas maderas, por donde se ven pasar todo tipo de bienes para el comercio, e incluso también servicios, pues me dicen que nos hemos cruzado con el peluquero de esta zona, quien se dirige a dar el afeitado diario al alcalde, sin especificar si es una alcalde importante o no. Se comenta que incluso este puente que usamos ahora nosotros se ordenó hacer porque el alcalde se negó a ser afeitado por otro peluquero, pues sólo se fía del pulso de este peluquero que iba por el puente; y en este mismo orden de cosas yo de paso pregunto cuándo llegará la reconstrucción del puente nuevo: se encogen de hombros y siguen andando. Así es la gente de por aquí: se cae un puente y todo sigue, más o menos y mal que bien, igual.

Luego de un rato en el coche y de trochas algo accidentadas, llegamos a Luya. El trayecto ha sido algo pesado, sobre todo para el guía, que ha tenido que ir entre el cambio de marchas y yo. Desayunamos en una casa de familia local, nos atiende la señora con una bata de entrecasa, recién levantada. Compartiendo mesa con nosotros hay una pareja de holandeses que se nos han unido desde primera hora. Hablamos de Europa, de Holanda y también de Geert Wilders. Coinciden en señalar que hubo, durante algunos años, un oasis holandés muy sólido, que entusiasmaba a los turistas y mucho más a los holandeses. Al parecer consistió en un espejismo donde la gente de este país se dijo que, entre molinos y tulipanes, iban a vivir muy bien construyendo una gran nación todos juntos, fuesen de donde fuesen y con la tez del color que fuese. Aseguran que conforme pasaron los días se dieron cuenta del espejismo, y concluyen que todo esto es algo duro y difícil de entender si no se ha vivido por allí.

Con estos pensamientos me voy a dar un paseo por Luya, a bajar el desayuno. A esta hora los colegiales van, a borbollones, camino de las aulas, con sus uniformes. No sé por qué en tantos sitios los uniformes escolares se han ido perdiendo, pues estos blazers de los chicos son magníficos.

Seguimos, y hay otra furgoneta esperándonos. Esta gente de Burga está muy bien organizada, pues aun con los puentes caídos no nos toca ir a pie en ningún momento. Nos dirigimos hacia otro pueblo, Lamud, donde recogemos a tres belgas francófonos de los que iré hablando; y nos dirigimos todos hacia Karajía. Dejamos el coche y por fin nos movemos un poco, a pie. Yo venía sintiendo un cierto desplacer esta mañana por no terminar de echar a andar, que es en parte lo que vinimos a hacer aquí. Andar es un deporte muy completo que a mi me gusta mucho: los músculos se van poniendo a tono y abre el apetito. Andar es como remar, un deporte que yo he intentado practicar en Lima, pero al ser Lima una ciudad que vive de espaldas al mar, también niega los deportes acuáticos a sus habitantes. Durante esta búsqueda del remo en Lima fui dando con clubes algo elitistas que pedían mucho dinero por echar un bote y unos remos al mar. En fin, vamos andando por este sendero hasta que llegamos a los sarcófagos. El guía Edgar nos explica su significado, explicaciones que hemos de traducir al francés y luego también al inglés. Lo que nos queda más claro es que no hay estudios fiables en esta zona, y mucho menos sobre esta cultura, la Chachapoya. No hay estudios: nadie ha venido por aquí a hacer alguna cosa seria respecto a esta gente. Tampoco los esperan.

Nos encontramos al inicio de un valle, el río se intuye al fondo, el paisaje es espléndido, de postal con brumas de amanecer que vienen desde abajo y luego, conforme posan un rato a nuestra altura, se van desvaneciendo.

De vuelta remontamos el camino de ida y llegamos hasta la furgoneta de nuevo. Hay unos niños hacia los que me dirijo, que viven por aquí y parecen asustarse algo de mi aspecto físico. Luego se puede jugar con ellos, un poco. Y seguimos, todos en la furgoneta, hasta Cohechán, donde almorzamos. Por aquí intuyo que se come siempre igual: un sopa muy consistente de primero, en la que se puede encontrar flotando carne, algo de pasta, verduras, especias, de todo. De segundo, y siempre con patatas y arroz de guarnición, un poco más de carne de vaca, carne pura del campo, con su fuerte sabor. De beber algo de té, manzanilla o mate de coca, bien caliente, nunca agua fresca -que yo echo algo de menos.

De sobremesa hay más niños. Niños de Cohechán. Jugamos un rato con ellos, hago como si los persigo. Nos preguntan si somos gringos, dicen luego hello: salen disparados, y yo detrás. El pueblo parece inerte, aquietado, sin muchas cosas teniendo lugar a esta hora tranquila. Así, una vez digerida la comida, y luego de otro trayecto en furgoneta, empezamos a andar de nuevo. La furgoneta ya se queda por aquí, hay que descargar y transportar las mochilas, el agua para estos días, la comida, todo. Nos despedimos de los holandeses antes de empezar a andar, pues ellos llevan otro plan.

La caminata nos va a llevar hasta el valle de Belén, donde pasaremos la primera noche. Este valle se va asomando y escondiendo conforme vamos bajando hacia él. El sendero por el que discurrimos los belgas, el guía Edgar y nosotros es claro; entre las riadas de árboles el sol de mitad de tarde nos anima a todos, pimpantes, y se va acelerando el ritmo. La tierra y sus colores cambian a cada metro, pasando del ónice al anacardo, luego (por la mezcla del agua y de la tierra) al más puro burdeos; y todo el tiempo resalta la iridiscencia, que se acentúa algo con esta luz.

A mitad de la suave bajada se nos une Rafita, que va con su caballo. A Rafita, que es otro de por aquí, no le entiendo casi nada de lo que habla pues el acento de esta región, con un cierto deje portugués, es muy complicado de atender. Las mochilas se las han cargado al caballo, que es una animal muy chato e incluso un poco endeble y ahora ya está sudando. Este Rafita parece ser un gran amigo del guía Edgar, y se ponen a hablar unos metros por delante. Sin bultos a la espalda el camino se convierte en un placer, una maravilla donde lo mejor es ir oliendo algún paisaje que otro.

Así, la última parte del camino se hace muy breve, y enseguida llegamos a las cabañas donde se pasará la noche. Este valle, una vez se llega, es un deleite si se pone uno a mirarlo con atención. Al atardecer las brumas bajan rápidas, y a ratos el sol se cuela entre estas nubes bajas, creando un espectáculo de colores sobre el verde y el río que discurre despacio: todo es muy plausible. Hablamos un poco con los belgas: unos son pareja y el tercero un amigo común. Están dando la vuelta al mundo, que empezaron por Granada, en España. Más tarde fueron bajando por la costa africana, de Marruecos a Mauritania, y después estuvieron alguna temporada por Cabo Verde, que al parecer les maravilló. De ahí volaron hasta Brasil, país en el que navegaron por el Amazonas llegando hasta el Perú, y bajaron por Iquitos hasta esta región donde felizmente hemos coincidido. Son gente sana y alegre, y da gusto oírles hablar de sus viajes.

Como todavía no está la cena y queda un poco de luz, vamos a dar un paseo. Fue aquí donde experimenté una cosa muy parecida a las arenas movedizas: intenté abrir una nueva ruta cercana al cauce del río, y fui a pisar donde yo consideré que parecía sólido; ahí me hundí hasta la cadera, y no sin cierta dificultad conseguí salir, metiendo la otra parte en este fango camuflado, y terminé algo mojado. Mejor ir a cenar, y de camino coger algo de leña para un fuego que hemos quedado en hacer.

La cena, a la luz de unas pocas velas, es una sopa de esta región, algo más consistente pues en estas cabañas no se dispone de los medios adecuados para hacer grandes cosas: éste será el único plato; los belgas, en la sobremesa, sacan una botella de vino dulce que a mi me hace mucha ilusión. Ya se oyen los ruidos del fuego que va, poco a poco, arrancando, pues aquí la leña está algo húmeda. Salgo a fumar, hablamos un poco, Rafita se pone a contar chistes frente a la hoguera y me pide que cuente uno, y no es este un ambiente -un fuego en el campo- como para negar un chiste: cuento el de siempre; luego quedamos en silencio, el resto se va retirando; me quedo ante el fuego, que es otra delicia indescriptible. Pienso en el oasis holandés: cenizas.

Se acerca la hora para ir tumbándose, echo antes una jarra de agua por los troncos y extiendo las brasas: mañana es día de andar.

lunes, marzo 24

Uno de por aquí (II)

Día lunes 17

Pero yo no iba a Chiclayo, sino que fue una de estas ciudades de paso por las que a veces uno, cuando viaja, se ve obligado a transitar: dar un pequeño paseo, ver lo justo, una o dos vueltas y luego sentarse sobre un banco, obligándose así a matar los tiempos muertos entre una etapa y la siguiente, entre el autobús y un avión: viajar, para los que no estamos muy habituados, es a veces algo cansino.
Aunque en realidad no volábamos en avión, sino en avioneta. La idea es atravesar los Andes en avioneta, ir hacia el interior de Perú llegando hasta la ciudad de Chachapoyas, donde está el hotel para hoy.


En esas salimos de la estación de autobuses y Chiclayo me parece como Lima, el cielo despejado del verano, el suelo terroso, seco sin lluvia, taxis y calor, follón por aquí y por allá: todo lo cual me desagrada un poco. Nos acercamos hasta la plaza de Armas, desayunamos alguna cosa, paso a la farmacia a comprar gasas para cubrir esta herida que no acaba de cerrar, pero el vendaje que me cubre la rodilla resulta muy aparatoso y la herida, una vez cubierta, parece el doble de lo que es en realidad. Pero el viaje, claro, sigue.

Hasta el último momento no nos aseguraron que el vuelo fuese a tener lugar, pues la única avioneta de la compañía aérea estaba pendiente de una revisión técnica que había de tener lugar esa mañana. Es mejor ir acercándose al aeropuerto, y ver lo que nos encontramos. Al llegar me asomo a la pista y allí está, siendo revisada. Hay un grupo alrededor: unos mecánicos asomándose al motor subidos a una pequeña escalera, otros toman nota (parecen los técnicos), otros pocos limpian el morro con esmero; otros que hablan a pie de pista, y estos no hacen nada.


He notado a un señor de mediana edad al entrar, sentado mirando hacia donde hemos dejado las cosas, medio dormido. Es la única persona del aeropuerto. Parece esperar algo o a alguien, y nos ponemos a imitarle. A mi, que no me gusta la espera quieta, por pasiva, me da por darme algún paseo en el Aeropuerto Internacional de Chiclayo. Paso la mayor parte del tiempo intentando que la noche sin dormir no me pueda, observando la avioneta, de espléndido aspecto, robusta: ya veremos. Nadie en los mostradores, pido alguna referencia sobre la compañía aérea a los pasantes, todas excelentes.


Salgo afuera y veo un grupito que llega: los pilotos, y la señorita que nos atenderá. La cosa se va moviendo: acercamos los bultos, nos preguntan nuestro peso, el de las maletas, hay otro pasajero: en total seremos tres más los dos pilotos. Antes de salir a pista miro al señor, ya totalmente dormido: yo no sé qué hizo toda la mañana por allí, sentado, haciendo como si esperaba.


Los motores se encienden y van cogiendo potencia; yo, que ya he debido ir en avioneta, casi no me acordaba de este ruido, de los temblores.
El viaje por el aire es una delicia, se pueden ver las calles por las que hemos andado un rato antes, el cielo despejado con una luz pura, de verano, todo es detalle desde aquí, las nubes quedan bien arriba, no llegamos tan alto; cruzamos montañas y valles: los Andes. Hacemos una escala: el otro pasajero iba a Jaén, y luego, un despegue y un aterrizaje después, enseguida llegamos a Chachapoyas.


Yo había prevenido al señor Carlos Burga de nuestra llegada, y él, que es uno de por aquí, había enviado un taxi para recogernos. Llegamos a nuestro hotel y finalmente conozco al señor Burga en persona, con quien hasta ahora sólo había tenido contacto telefónico previo al viaje, los preparativos: negociar precios, fechas, horas y estas cosas. Al principio creo que no me reconoce, pues luego me da un abrazo efusivo y la bienvenida: parece muy contento de vernos llegar a su casa, que también es un hotel.

Hablaré de Burga: el señor Burga tuvo un cargo político en su día, y hoy ya retirado de la cosa pública, se dedica a la hostelería. En la región es un hombre muy conocido, además de respetadísimo. Por aquí se le conoce como Don Carlos. Concretamente, fue director de turismo de esta región, la región departamental del Amazonas. En cualquier caso, fue político, y eso enseguida se le nota: quiere que le paguemos por adelantado. El pago es por los 4 días que vamos a estar andando por los alrededores, para así conocer algo de este lugar.
El alojamiento en su hotel: es un edificio muy acogedor, donde hace frío pero las mantas abrigan, hay un patio interior muy verde, las escaleras son de madera, hay agua caliente, está limpio y en orden: pagamos lo que nos pide.


Y salimos a ver un poco esta ciudad. Lo primero que se constata es que la economía local está sustentada, en gran medida, en dos tipos de negocios: las boticas y los locutorios. Lo segundo se entiende, pero tantos medicamentos le dan a uno la impresión de que esta gente enferma demasiado a menudo.

Los días van acortándose, ya se va poniendo el sol, el cansancio es grande. Mañana saldremos pronto: mejor ir tumbándose.

domingo, marzo 23

Uno de por aquí



Pues de vez en cuando, si el día o el clima invitan a ello, la gente se pone a viajar: ir de un sitio a otro y, ya puestos, llegar a conocer el rincón estimable -si es que lo hubiere- de estos lugares que se van descubriendo. Con este fin se creó en su día una industria que en España -y en tantos otros sitios- es enorme, importantísima en este sentido: cuando en tal ciudad nos tocó un camarero grosero y el café llevaba demasiada leche o en aquella otra la ducha del hostal era sucia y fría, además de cara: con qué alegría dejamos atrás aquel lugar, como suspirando y con alivio. Una alegría y unos suspiros que, siendo ecuánimes, no dejarían de ser algo injustos, pues con qué mayor clemencia juzgamos al camarero, a la leche, a las duchas y a los precios locales.
Ya metidos, se puede hacer un hueco a esta pregunta: si el fin del turismo era crear infraestructuras para, rápida o cómodamente, ir de un sitio a otro e incluso quedarse a dormir y comer por allí; o si por contra se pretendía suscitar rincones estimables. Si el objetivo era el segundo, en España esta industria ha fracasado: de manera incontestable.

Pero esto va de viajes. Debe haber muchos libros sobre viajes, entre los cuales yo considero a J. Conrad, pasando por el "Viaje a la Alcarria" y subirse luego al "Viaje en autobús" de Pla; por ejemplo.

Incluso yo he de reconocer que alguna vez también viajo. Y a veces me pregunto si no viajaré para luego tener algo que contar. Es decir, viajar para escribir.
Así, hoy y en los días que quedan por venir -siempre y cuando el ritmo sea bueno- iré contando alguna cosa de esta última semana: he estado haciendo algún viaje por Perú.


Día domingo 16

Salimos, con el ánimo algo elevado, por la tarde. La perspectiva de dejar este follón de gente y coches en que consiste Lima es muy plausible. El viaje, en autobús, nos habrá de llevar desde aquí hasta la ciudad de Chiclayo. Viajar de noche y al mismo tiempo intentar echar alguna cabezada va a ser complicado, pues conozco estas dificultades que encierran para mi el movimiento y el descanso. En fin, hay 11 horas por delante para conseguirlo.
Nada más subir, instalarnos y arrancar la azafata reparte una cena que intento hacer pasar con tragos de agua, mientras observo las afueras de Lima: subdesarrollo y pobreza, pero de esto ya se habló.
De postre nos reparten unos cartones: se va a celebrar un bingo cuyo premio es un pasaje de retorno. La azafata va cantando los números, y observo que la atención de los pasajeros aumenta, no se escucha ahora a nadie. Por fin hay un ganador, y algunos que estábamos a pocos números nos volvemos para mirarlo, algo molestos. Le hacen decir su nombre y unas palabras, que aprovecha para agradecer a la compañía. Luego se proyecta una película infumable.

Al terminar la cinta regresa la calma; hay roncadores; hace frío: el aire; imposible dormir.

jueves, marzo 6

casa de Lúculo


Yo, hasta hace algún tiempo, era un hombre más delgado; hoy -cuando me siento en el transporte público y observo la barriga- me encuentro algo orondo, acaso un poco grueso, como hinchado. Me digo que antes tenía un apetito menor, y también que serán los años, que empezarían a fundamentarse sobre estas razones, digamos, de peso; entre otras peores.

Deduzco que ahora como más por el placer que he descubierto en la gastronomía, pura delicia. En este sentido he observado que, en la mesa, me gusta cuidarme con los detalles: un algo de aperitivo o entrante, pan con unas lagrimillas de aceite de oliva recién me siento a la mesa, vino tinto servido de a poquitos, una ensalada acompañando, un vaso de agua fresca entre un plato y el siguiente, arrastrar las migas hasta el borde de la mesa y volcarlas para que acompañen el plato principal, fruta fresca, café con un poco de leche, algo dulce para acompañarlo, otro poco de fumar: estas son las cosas que ahora aprecio al sentarme a la mesa.

Pero yo quisiera hablar del abultamiento: recorre la barriga y anoto cómo se ha ido depositando todo en la tripa, en forma de un pequeño flotador, y quizás también, no lo sé, en la sobarba. Estos kilos a mi me han sorprendido mucho, pues yo, siendo un niño, era delgadísimo: lo era tanto que la gente tenía un cierto recato a la hora de mirarme por las piscinas o en la costa, pues era todo hueso, e incluso tuve que tomar unas gotas para ganar kilos, un remedio que recetó el pediatra, quien sin duda era un hombre algo preocupado por aquella delgadez, siendo él tan gordo. Creo que o no funcionaron, o su efecto tiene un cierto retardo.

He estado, pues, pensando en los inicios de esta ligera hinchazón. He llegado hasta un trabajo que tuve hace un tiempo. Era un trabajo que hubo que aceptar (por las circunstancias de entonces), y que consistía en tareas muy aburridas o repetitivas: abría el correo postal y me encargaba de las facturas. Este sitio era tremendo: además de no gustarme nada tenía que quedarme a mediodía, pues el horario así lo requería. En aquella empresa ofrecían un servicio de comedor donde se comía fatal, era horrible: la cocina estaba al cargo de una mujer de aúpa, una mujer plúmbea y desagradable. Por tanto nadie se atrevía nunca a decirle nada en el sentido de mejorar la calidad de esos platos tan pobres en todo, siempre grasos e insípidos, con unas salsas que atoraban, y la gente iba pasando mientras allí se seguía comiendo de cualquier manera. Hace poco llamé para preguntar cómo les iban las cosas, y de paso saber cómo siguen los guisos: por allí siguen comiendo muy mal.

Y pasando por estos recuerdos de entonces se llega hasta el otro día. Yo tengo un compañero de trabajo que, según nos cuenta con insistencia, siempre ha sido gordo. En fin, yo la gordura no se la acabo de vislumbrar; pero en cualquier caso es un hombre que se ha vuelto esforzadísimo en este sentido, pues consciente de sus kilos sobrantes se está imponiendo unos ejercicios y dietas muy trabajosos, y que al parecer le están yendo muy bien para lo suyo. Así, cuando llega la hora del refrigerio a veces salimos a comer por algún sitio cercano, y en tropel fuimos el otro día a un sitio que mi amigo del trabajo nos sugirió. Enseguida llegamos. Al alcanzarnos el camarero los menús con los distintos platos, observé unas cifras al margen de cada uno. Yo pregunté a mi amigo qué eran estos números, y resultaron ser el número de calorías de cada unos de los platos: una ensalada, tantas calorías, un sándwich otras tantas, la pieza de fruta con sus calorías correspondientes, así hasta el agua, que al parecer no tiene aporte calórico alguno.

Se comprenderá que no supe muy bien qué pensar sobre aquel lugar, donde en cualquier caso yo comí muy mal.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

miércoles, febrero 20

hay pobres justo al volver la esquina (y también un poco antes y un poco después)

El subdesarrollo mata. A su escala algo menor -menor pero bien real- mata como mata vivir. La pobreza que va dejando a su paso sería una de las pruebas de esta cualidad: quizá la más pública de todas, pero no la única.

El subdesarrollo genera, en un esquema acción/reacción, algunas respuestas que raramente encuentran hueco entre las páginas de la prensa, en sus ediciones digitales, o en cualquier otro medio de comunicación (escrito y audiovisual). Entre estas destacarían las soluciones que los pobres suelen idear y después llevar a cabo para dejar de serlo, o concretamente para no serlo tanto. Son en su mayoría respuestas de índole capitalista, empezando por vender su fuerza de trabajo, pasando por pequeños negocios que se rigen según la ley del mercado.

Por el contrario, el lugar común más aceptado en esos mismos medios -y también entre algunas ideologías- respecto del subdesarrollo es que éste es responsabilidad, en gran medida, de potencias extranjeras o de organismos multilaterales que dependen de éstas; y en menor proporción, del pueblo que lo sufre. A menudo esta segunda responsabilidad tiende a cero, y la primera a infinito. Así, se suele leer o escuchar que cuando un niño del tercer mundo no tiene para comer es porque otro de un país más avanzado se lo ha quitado. No existe acuerdo a este respecto, lo cual genera un debate de cola de pez, donde además suelen aparecer los políticos: mal asunto. A esto habría que añadir alguna máxima que pretende ser punto final y conclusión a la vez, como esta: "en el mundo X millones de personas viven con 1$ al día", que en realidad es estación de paso previa a preguntarse por qué tanta gente dispone de esa paupérrima cantidad de dinero para pasar una jornada. Cuando se está esperando alguna razón que permitiese ir avanzando aparecen los adioses: y la persona, el libro o la pantalla nos dejan a medias.

El subdesarrollo avanza. Su poderoso envilecimiento social alcanza puntos estratégicos que le permiten progresar a buen ritmo, como la educación. Es interesante el éxito que cosecha en este campo, punto de partida de los futuros; quizá por esto habría de ser la primera preocupación, el primer objetivo de todos, por delante de la sanidad: un pobre inculto tiene muchas más probabilidades de seguir siendo pobre que un pobre enfermo.
El subdesarrollo mata: algunas regiones de Perú tienen un IDH al nivel de Tanzania, Senegal y Uganda: entenderá por tanto, amigo lector, que estas son las cosas que le preocupan a un español que pasa una temporada por aquí.

"El Perú es un país pobre (...) Pese a la persistencia de una pobreza masiva, la mayoría de estudiosos no parece sorprenderse de que la tasa de pobreza sea tan elevada (...) No habiendo nada que explicar, no tendrían por qué proponerse medidas para revertir ese enorme empobrecimiento. Bastará que disminuya unos pocos puntos porcentuales, si la evolución de la economía lo permite". Francisco Verdera V., La pobreza en el Perú, introducción.


Y los días van pasando: espero que estéis bien.

domingo, febrero 17

for those


Yo pasaba los días por los mentideros de Zaragoza, y recordarás cómo entonces te escribí que en unos años volveríamos a hablar de estas cosas, lo cual te había hecho reír cuando lo leíste, como me solías repetir con tanta gracia. No sé si todavía visualizarás la carta. En mi caso creo que todas las cosas que han tenido lugar desde entonces la han enterrado ya, bien adentro: casi lo mismo que me ha pasado contigo.
Yo había olvidado la carta; pero hace un tiempo que se me aparece en el duermevela, atraviesa la ventana mecida por el viento: el agradable viento que refresca las noches cuando se dejan la puerta y la ventana del cuarto abiertas; despacio o suavemente mi carta va a parar bajo la cama. Yo, que la he ido viendo llegar, me estiro a recogerla, me cruje la espalda y en la pereza del sueño he de desplegar totalmente el brazo para alcanzarla, palpando el suelo la estrujo con los cinco dedos llenos de polvo y cuando descanso tumbándome de nuevo aparecen el sobre y su estampilla -sin matasellar y con su precio en pesetas-: eres tú quien me los acercas y me pides que no olvide echarla al buzón de boca de león que hay en paseo de la Independencia, el que siempre asusta algo a los niños de Zaragoza.


Y los días van pasando: espero que estéis bien.

viernes, febrero 15

libertad para Pamies, decían (y 2)


Este texto que sigue fue escrito hace un tiempo, y algunos lo recordarán. Era verano y yo tenía mucho tiempo libre; además de calor. Fue enviado por correo a amigos, conocidos y otra gente cercana: entonces yo todavía no tenía un blog.

Hoy lo copio y pego aquí, para aquellos a los que no les llegó entonces y quizás quieran leerlo hoy. Muy posiblemente este grupo sea muy pequeño, muy limitado en lo que a número se refiere, pero, como se suele leer o escuchar, nunca se sabe.
Al releerlo afinaría muchas plabras, párrafos enteros, para que el conjunto ganase calidad o quizá quedase algo más claro, pero no puedo hacer estas correcciones porque, sin saber muy bien las razones, a este texto le tengo cierto cariño.

Aquí sigue:
"Dear all,

Cuando se descubre un asunto y se piensa que quizás -quizás- uno tiene algo que decir, se pone a ello: y lo dice, o lo escribe.
En este caso, negro sobre blanco, lo que no se sabe al empezar es que eso que se inicia va a acabar siendo un artículo semiperiodístico: esto encajaría sin problemas si uno escribiese en un periodico, en un blog o alguien se lo hubiese encargado a cambio de un dinerillo para ir tirando: no se da el caso. Es difícil entonces saber por qué se escriben estas cosas.

Quizá, por empezar con las conclusiones y dejando a un lado los resbaladizos motivos, lo que más destaca de este affaire son dos aspectos: 1) el poder de internet: una noticia comarcal está al alcance de quien quiera llegar hasta ella e ir tirando del hilo; 2) cómo Catalunya es, cada día más, un país extraño, difícil, enrarecido, dominado por ideologías y formas de pensar a las que pocos se oponen, y que por tanto tiende a convertirse en algo que nunca, nadie, hubiese podido llegar a imaginar.

Antes de esto, agradecer al estimable R. C. su colaboración: la calidad o pestilencia de lo escrito son, en parte, también suyas.

Pero esto me ha parecido que era así:

Libertad para Pamies, decían

Lo crucé una reciente tarde de verano, sin salir de casa pues no es recomendable la exposición al sol, se me quedó mirando de soslayo: fue un encontronazo, y casi de manera accidental, sin pretenderlo yo ni saberlo él, se me apareció en el camino, en el cómodo rellano en el que me encuentro ahora y he tenido que pararme pues me deslumbraba y no me dejaba seguir caminando erguido: he dado de bruces con Pamies.

Dejo aquí, plantado y resaltando en el tono azulenco, este enlace:
http://www.freepamies.org/

Piden libertad para Pamies, y entenderéis que una cosa como esta no se encuentra así como así todos los días: he investigado.

Pero lo primero que le viene a uno, antes de ponerse a todo esto, es un ligero susto, un miedo: enseguida se empieza a pensar en la familia cuando pasan estas cosas, en tal o en cual; en el primo que se metía en líos siendo chico.
Una vez superada la primera impresión, se observa que los hechos no guardan la claridad deseada por recién llegados como nosotros, pero se intuyen así: este Pamies, Josep Pàmies, sindicalista agrario de Balaguer, miembro de la Assamblea Pagesa de Catalunya, acudió -entre payeses y miembros de Ecologistas en Acción de Aragón, también presentes, se nos habla de 50 personas- a una concentración contra la proliferación de campos de experimentación con maíz transgénico en la provincia de Lleida. Las plantaciones de este tipo, aseguraban los convocantes, se estaban desarrollando sobremanera en el transcurso de la segunda legislatura del Pp.
Durante el acto, que tuvo lugar el 13 de septiembre del año 2003 y desembocó frente a la subdelegación del gobierno de Lleida tras una pequeña siega simbólica en uno de los campos de experimento cercanos (concretamente en Alcoletge, a unos 15 minutos en coche de Lleida), se decidió hacer entrega de lo recién segado -y de un manifiesto antitransgénico- en susodicho edificio oficial. Joan Barrios, entonces subdelegado del gobierno en Lleida, se encontraba en una celebración familiar, una boda en Andalucía, y siendo sábado, hubo de acudir el secretario. En la espera, decidieron encerrarse en el edificio: se deduce que antes tuvieron que acceder a él. Al llegar el secretario, las 13 personas (que previamente entraron, se encerraron en la subdelegación, y entregaron la fresca siega junto con el manifiesto al funcionario) decidieron salir por la puerta, pacíficamente, como bien quisieron dejar claro cuando la cosa tendió a perder luz: Josep Pamies recibe, un año más tarde, una notificación de denuncia de Alvaro Jiménez Sacanell, miembro de la benemérita que guardaba la puerta de la subdelegación del gobierno de Lleida aquel sábado. En la misma se le acusa de atentado a la autoridad, lesiones y desobediencia.

Al parecer, lo de Jiménez Sacanell fue serio: 329 días de baja e imposibilitado para volver a hacer uso de su arma de fuego. En términos del abogado de la acusación, solicitud de 4 años de prisión e indemnización de 50.000€. Se dice que recibió presiones -no está claro su origen- para denunciar a Pamies, pero yo creo que que un Guardia Civil que ya no puede desenfundar no necesita mayor presión: la lleva encima ya para siempre.

La campaña previa al juicio, que tuvo lugar el pasado 11 de junio, ha sido, como casi siempre en el ámbito del ecologismo, de una cierta izquierda y del nacionalismo llamado a declarar ante el juez, formidable, y aquí se encuentran algunos ejemplos:
http://www.assembleapagesa.cat/img/fotos/pamies_cartell_esp.jpg
http://www.otromadrid.org/articulo/3802/feria-libro-madrid-zona-libre/
http://www.ecologistasenaccion.org/spip.php?article8425
http://www.youtube.com/watch?v=csH-gDFWisY

Así, la defensa de Pamies, antes de pasar por delante de la jueza, no paró: mesas redondas con el tema transgénico en el centro, conferencias y charlas, explicaciones públicas de su caso, intervenciones del reo en plenos municipales, un concierto, y hubo también un partido de futbito en el que uno de los equipos fue bautizado “Absolució Pàmies”: Pamies no está solo, y del partido no se conoce el resultado.
Entré en contacto con este círculo, con la gente de freepamies.org y de la Assemblea Pagesa de Catalunya, por correo electrónico, hice alguna pregunta vaga y me identifiqué por si compartían la ternura del posible pariente lejano, pero no saqué nada que no supiera ya.

Pero sigamos, pues, con Pamies. Ya hay una sentencia para nuestro hombre: fue absuelto por el juzgado número 2 de lo penal de Lleida de los cargos de atentado a la autoridad y lesiones; por contra, se le considera responsable del periodo de baja y posteriores secuelas de Jiménez Sacanell -al parecer no solo físicas-. En términos de papel moneda: 22.000€ de indemnización más costes judiciales. Se trata de una sentencia algo difícil de seguir: no se entiende la absolución por unos hechos por los cuales se le está condenando a indemnizar a la víctima, y viceversa. Así lo ha debido entender Pamies: ha recurrido. Convendría disponer de la sentencia y leerla bajo un árbol de sombra fresca en una tarde clara para entender sus pretensiones; y de paso las de la jueza.

Hay ya una sentencia y, esto es importante, antes de la misma hubo un juicio: a veces se olvida todo el trabajo que se lleva a cabo en los juzgados de este país. Durante el mismo Pamies ejerció su derecho a la defensa, y una de las claves de este affaire, que da un cierto sentido a estas líneas, fueron sus argumentos en ese momento elevadísimo del juicio.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjfythqJm9F72PaEqmpslv7hJYMK6uTxPVQHLrUpmE3yEdIV9JVCiwfIEepvvzjYS9kpdVh7wZKvsCLM_HcV3VJR1VZ262j7xN5mu-1MJVyEo0iuiRVItFIQQftn8lRTDCA4lm7JO8T1v3T/s1600-h/2007_06_12-judici-noticia.jpg.

Sabiéndose escuchado, Pamies le preguntó al tribunal, muy flamenco, cómo era posible que fuese él quien estuviese sentado en el banquillo y no la agricultura transgénica. Quizá por las mismas razones que impedirían juzgar a la investigación con células madre en su conjunto, o simplemente esto: en el siglo XXI en España se tiende a juzgar a personas, no a ideas o movimientos. Y aun en cuanto a movimientos: se dice que este tipo de cultivo, el transgénico, puede ser dañino para la salud e incluso -esto lo dicta la Economía- puede serlo mucho más para la supervivencia de la agricultura tradicional -los estudios, la ciencia y las pruebas, las normativas, y con ellos el debate, siguen ahi: todo junto proveerá luz y conclusiones- pero no se conoce hasta ahora que ni los investigadores, ni las empresas promotoras, ni los defensores de lo transgénico hayan usado una delegación del gobierno como lugar de encierro con un hatillo de cebollas naturales recién recolectadas.

Y Pamies avanzó al menos un paso más en aquel juicio, y en su diatriba contra lo transgénico cometió el error del nacionalista: se erigió en portador de una misión, de un dictado a cumplir, con origen y destino en la patria, y como límites el terruño: “cumplimos una función social” se le oyó decir en la sala, y se quedó ahí, ufano y orgulloso, “una función social”, decía.
Y el sabor de boca que dejan estos discursos son siempre tan agrios... pues Pamies nos habló en la sala de una misión sobre la cual no explicó quién le ha pedido llevarla a cabo, ni el por qué; y los cuándo, cómo y quiénes le apoyan (en términos de votos dentro de una urna, se entiende) no quedaron tampoco claros. No le hizo falta arrojar luz sobre los medios que tiene pensado utilizar para llevar a cabo la "misión social": ante la Guardia Civil ha quedado claro que él opta por la fuerza bruta del payés.

A Pamies pasaré a saludarle con el árbol genealógico bajo un brazo, unas cuartillas repletas de preguntas sin respuestas bajo el otro y el ensayo de Josep Pla “El payés y su mundo” a modo de regalo.
Sobre la genealogía y las preguntas hablaríamos tranquilamente, algo de vino y queso del país para pasar el rato y mirar el campo en la puesta del sol, y mientras él me cuenta y yo asiento quizá hasta tome alguna nota en la cuartilla de las respuestas.
Sobre el libro de Pla le pediría una lectura atenta, pues no se intuye al payés de Pla en Pamies."

Espero que estéis bien,
j."
Y los días van pasando: espero que estéis bien

jueves, enero 24

jirón Lima - suspiro limeño

Este blog, y yo con él, ha recibido alguna crítica. Se trataría de críticas amigables, discretas, que en ningún caso buscarían polemizar sino sugerir, y todas con una base común: en estos textos yo no hablo de mis cosas, sino de asuntos mucho más abstractos y difíciles de aprehender. Por tanto, y al parecer todavía peor, no hablo de mí.
Le he ido dando alguna vuelta, aquí o allá, y me digo que podría ser; concluyendo, bien agestado, que la crítica es justa, por exacta, pero sobre todo por bondadosa.
Es conocido que hablar de lo propio no es sencillo: por eso uno se inventa vidas de recreo, y por esta misma razón se habla mucho más a menudo de lo ajeno en tantos medios, y de tantas maneras.
Todo lo cual me trajo aquí, donde hoy se podrá esperar el amago o algún intento.
Antes de eso: creo que la crítica, en términos generales, se refería a que en este blog no se escribe lo suficiente sobre lo que me pasa en esta ciudad, y mucho menos del cómo suceden las cosas que, teniendo lugar aquí en Lima, al mismo tiempo tienen alguna relación conmigo.
Intentaré entonces tomar una foto aprovechando la buena luz del verano limeño: esto que sigue sería un día en Lima, un día a brochazos.

Me levanto de la cama a las ocho de la mañana, y casi sin despertarme me meto bajo la ducha. Ese tiempo del desperezo suelo escuchar las noticias en RPP (radio-programas-del-Perú-te-informa-primero) o algo de música: más bien lo primero pues casi no dispongo de discos aquí, con lo cual al no haber gran variedad enseguida me canso de las mismas canciones a esa hora penosa. Luego de vestirme salgo de casa, y entonces siento por vez primera en la jornada mi condición de expatriado: no estoy habituado a casi nada de lo que sucede a partir del momento en que cruzo el umbral de la puerta del portal.

El itinerario hasta el trabajo es sencillo, y casi siempre rápido: desde que siento esa primera bofetada de vivir en lo ajeno hasta estar sentado frente al ordenador o haciendo las primeras llamadas demoro unos 25minutos.

Pero antes de esto está la principal actividad urbana de hoy: el desplazamiento, ir de un sitio a otro, a poder ser cómoda o rápidamente. En ese intento, y por bosquejaros un itinerario, he de salir a la avenida José Larco, por donde la mayoría de las combis recorren la eterna avenida Arequipa, cuya cuadra 32 es mi destino parcial. Antes de llegar a Larco recorro los escasos metros del jirón Tarata, y siempre me acuerdo de las bombas y sus muertos, pues tengo la costumbre de girarme a mirar el edificio Residencial Central conforme paso por delante. Entonces, ya se dijo, yo no vivía aquí.

Una vez llego hasta el paradero, y antes de subir a la combi, miro a los lustrabotas y hecho un vistazo a la prensa que cuelga pinzada de un quiosco, todo mientras espero para elegir la buseta que me desplazará esa mañana. Siempre pretendo que tenga libre el asiento del copiloto, para de esta manera ocuparlo yo, pues es el único en el que puedo sentarme sin encoger las piernas antes, y donde también realizar el tránsito algo aquietado. Una vez instalado intento leer lo que haya cogido esa mañana, pero con la música de moda al volumen medio de las combis es difícil concentrarse en los personajes. Entonces suelo distraerme a analizar la conducción en Lima, el cumplimiento de las normas del código circulatorio desde esa perspectiva privilegiada. Es una actividad que termina de despertarme, y a la que poco a poco uno se va acostumbrando. También observo al conductor, sus volantazos y mentadas, los vistazos rapidísimos a uno y otro retrovisor antes de cada maniobra; suelo detenerme también en los pequeños altares improvisados que tienen las combis sobre los salpicaderos, altares muy bien equipados con sus cruces, rosarios incorporando juegos de luces, postales con loas y oraciones a los santos locales y otras imágenes sagradas. Por ahora estos conjuntos parecen cumplir la función -protección, digamos, divina- que se les presupone.
Hace algunos meses que disfruto de una beca en la oficina económica y comercial de España, -dependiente de la embajada de ese país en el Perú- lo cual supone, entre otras cosas, que deba desplazarme desde Miraflores hasta el barrio de San Isidro cada mañana. Así, luego de bajarme resoplando de la combi, enfilo por las calles del distrito financiero de Lima hasta esa oficina que me acoge, dejando atrás la avenida Arequipa y su follón de ruido, gente y humo. Este nuevo paseo es, a ratos, agradable: hay un parquecito de olivos, paro a comprar un jugo de durazno y también las galletitas Chaplin, me suelo cruzar con las mismas personas. Y después enseguida se llega.

Hace algunos meses que disfruto de una beca, y es importante señalar que no se trata de mis inicios en la carrera diplomática. Concretamente la beca que me asignaron es la que yo elegí, la del perfil ''inversiones'': trabajo con las empresas españolas ya instaladas o que pretenden implantarse en el Perú. El trabajo supondría: medir el clima de negocios, asesorar a las empresas con planes de expansión en este país, analizar las oportunidades de inversión que pueden surgir, resolver las consultas comerciales que llegan desde España, redactar notas sectoriales e informes, poner al día la guía de inversiones en el Perú, descolgar el teléfono y contestar, atender a las personas que vienen a buscar asesoramiento a la oficina, atender a las empresas que vienen al Perú, así como confeccionar sus agendas de trabajo cuando realizan alguna misión comercial. Estas tareas me han sido asignadas por el periodo un año: esto, que nuca se pierde de vista, hace que predomine el buen ánimo, intentando siempre ver la cara amable de todas estas actividades que se han enumerado.

Creo que hasta ahora lo más interesante habrán sido las reuniones. Yo con cualquier pretexto me pongo una corbata y salgo a reunirme, siempre ando ofreciendo mi presencia en los despachos ajenos, lo cual a un carácter tan servicial como el peruano parece halagarlo mucho. Qué sé yo, un alemán no abriría tan rápido sus puertas, y un francés ¡aún menos! Hasta la fecha he visitado ministerios, otras entidades públicas menores, empresas privadas, ferias, sociedades de empresarios, he charlado -durante los recovecos de las reuniones- con asesores de algún ministro; escuchando a estos últimos la perspectiva de los affaires públicos es cambiante. Siempre he salido de esas salas con la impresión de que están muy bien aferrados al sillón, en una postura muy sólida, y las palabras que dicen giran en este sentido: demostrar la fortaleza de su puesto, al parecer puestos siempre importantísimos y que suponen mucho trabajo.

Aun en cuanto a trabajo. El mío se complementa con el lugar físico donde se desarrolla: una casa antigua de dos plantas y sótano, rodeada de un jardín estrecho al frente y a los costados que se agranda en la parte de atrás, donde uno encuentra algunos árboles, un pequeño porche juntándose con el muro final, flores muy cuidadas de colores vivísimos, césped de un verde suave y claro, unos breves escalones que suben hasta la puerta de atrás; todo el conjunto: una delicia para salir a fumar o a tomar la fresca.
La entrada principal posee un acabado muy matizado: los escalones del mármol siempre resbaladizo, la pesada puerta con sus volutas de hierro; el suelo de madera cuando ya se está adentro, a derechas se deja la escalera de caracol y su gruesa alfombra roja, y enseguida ya estaría la enorme mesa sobre la cual hay cuatro ordenadores, entre ellos el mío.

Volviendo a la foto y su cronología, después de estas impresiones que ocupan la mañana y la primera hora de la tarde vendría la hora de comer. Mientras dure este verano la oficina tendrá horario de 9 a 14.30; por lo que ahora suelo volver a comer a casa. En casa está C., y nos deleitamos con la comida de nuestra mujer de la limpieza, O. Hablaré de O.: es una mujer muy eficiente, pues no deja un solo rincón sin limpiar o repasar, y además le queda tiempo para cocinar bien. Cocina sin grandes aspavientos, como buena peruana. Es una mujer delicadísima en las formas, tanto que a veces me lo pienso mucho cuando he de dirigirle la palabra, pues parece violentarse. También es muy discreta: no se la oye apenas, y de tan pequeña a veces cuesta verla.

Luego empieza la tarde. C. da sus clases de francés en el salón, así que yo suelo refugiarme en este pequeño cuarto oscuro para el que solicité un escritorio, intuyendo quizá al hacerlo que sería aquí donde escribiría estas cosas que conforman el blog. Si no estoy aquí escribiendo, suelo salir a pasear y llegar a un café donde me siento a leer algo.

Tras las clases de francés salimos: suele haber algún paseo más, por los malecones, cenar fuera, reunirnos con algunas personas, la mayoría europeas, aunque a este respecto, y gracias a C. y su capacidad de simpatizar, se ha ampliado ese círculo llegando hasta el Perú. Creo que esto es importante, mantener relaciones con la gente de aquí hace que el interés por este país, y en concreto por su historia reciente, se haya mantenido e incluso aumentado. En cualquier caso, no salimos hasta tarde, y solemos terminar viendo alguna película en casa.


En fin. Las fotos, y su imperfección, por estáticas. Esta -ya se dijo- la tomé hoy. Como se habrá apreciado, no es gran cosa. La de mañana, y las que queden por venir: ya se irán viendo.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

jueves, enero 17

zeitgeist



El último día del año 2007 sucedió algo, al margen de las celebraciones, de su champán y de las demás bebidas. Ese 31 hubo que despedirse, casi con violencia, del blog de Arcadi Espada. Es decir, en ese lunes hubo que decir adiós a una época.

Han llegado dos nuevos, este y este otro. Yo deseo que tengan el savoir faire del primero.
Y también su zeitgeist.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

domingo, enero 6

aquí vivía yo

A Perú creo que vine a buscar, entre otros episodios o paisajes que me costaría concretar, a un escritor oriundo de este país. Así, conforme los días pasan, se deduce que no se trataría de una búsqueda física. El sentido, y con él su índole abstracta: se trataría más bien de la huella que Mario Vargas Llosa haya dejado en su país, incesante o tenue; de la imagen que la gente que me cruzo por las mañanas guarda de él, borrosa o clara.

Hay un episodio que, en esta labor inventada, se ha de tener siempre presente: la figura de un escritor transformándose en candidato a las elecciones de Perú en el año 90.

La carga simbólica de las derrotas tiene su metáfora en las reacciones que generan. En este caso fue poner tierra de por medio, dejar Perú, y de paso escribir un libro contándolo. Entonces, cuando aquello, yo todavía no vivía aquí. Si me pagaran por cada pregunta que he hecho sobre M.V.Ll. desde que llegué a esta ciudad ahora no estaría escribiendo estas cosas. Pero qué otra cosa podía hacer.

Pasemos. Antes de esa derrota hubo pues unas elecciones. Y tuvieron su campaña. Aquí habré de pararme, al menos un párrafo. Un párrafo importante. He deducido, una pregunta tras otra, que M.V.Ll. cometió un error grave durante aquellos meses. Eligió una opción, digamos, moral: no mentir. En la actividad política la verdad a veces parece resultar en derrotas. La verdad que se imponía era que la economía del Perú, aquellos días, necesitaba de medidas drásticas, pues así lo decían sus diagnósticos. Lo que se suele llamar un shock. Para los que no se orienten, un shock es esto, una subida drástica de precios para frenar la devaluación de una moneda. Quien habla en esa aparición televisada, con su grotesca coletilla divina, es el ministro de economía nombrado por el ganador de aquellas elecciones. Entonces una mentira que se intuía salió a la luz: el vencedor siempre negó que, una vez en el poder, fuese a adoptar aquellas medidas impopulares. El resultado de aquella maniobra, junto con errores propios y ajenos del candidato que se podrían tratar en otro entretiempo, fue que al escritor se le rechazó en las urnas.

Y ahora se ha de coger carrerilla o aguantar la respiración. Porque esta mentira esconde alguna clave. En este país, uno de tantos, se acepta que un aspirante a presidente de la república perdió las elecciones, entre otros motivos, por decir la verdad. Bien. Pase. No dejan de ser unas elecciones de hace 18 años, cuyos efectos y consecuencias ahí siguen, en los tribunales y fuera de ellos.

Las mentiras, y sus caras. En el reverso de esta constatación se deduce algo peor, se lee que un buen político, el político de carrera, el político comme il faut, ha de mentir para serlo. No habría otra opción y ahí está el camino para el que quiera intentarlo: mienta usted.

Esta forma simple de verlo iluminaría la alta consideración que se tiene de la actividad política en determinados países, y quizá pueda ser un hilo del que tirar para explicar la abstención electoral en los países avanzados. No lo sé.

Yo entonces no vivía aquí. Desconozco también hasta qué punto las cosas habrán cambiado desde entonces. Siendo optimistas, parece que no mucho.
Eso, y lo modesto de mi planteamiento: yo vine a buscar a un escritor, y he dado de bruces con la política (a la que uno se cruza tantas veces) y también con sus mentiras.
Pero continuo sobre otras pistas, mucho más literarias, que van surgiendo conforme sigo a este hombre: también las iré haciendo llegar.


''Sólo un idiota puede ser totalmente feliz"
M.V.Ll.


Y los días van pasando: espero que estéis bien.