lunes, marzo 24

Uno de por aquí (II)

Día lunes 17

Pero yo no iba a Chiclayo, sino que fue una de estas ciudades de paso por las que a veces uno, cuando viaja, se ve obligado a transitar: dar un pequeño paseo, ver lo justo, una o dos vueltas y luego sentarse sobre un banco, obligándose así a matar los tiempos muertos entre una etapa y la siguiente, entre el autobús y un avión: viajar, para los que no estamos muy habituados, es a veces algo cansino.
Aunque en realidad no volábamos en avión, sino en avioneta. La idea es atravesar los Andes en avioneta, ir hacia el interior de Perú llegando hasta la ciudad de Chachapoyas, donde está el hotel para hoy.


En esas salimos de la estación de autobuses y Chiclayo me parece como Lima, el cielo despejado del verano, el suelo terroso, seco sin lluvia, taxis y calor, follón por aquí y por allá: todo lo cual me desagrada un poco. Nos acercamos hasta la plaza de Armas, desayunamos alguna cosa, paso a la farmacia a comprar gasas para cubrir esta herida que no acaba de cerrar, pero el vendaje que me cubre la rodilla resulta muy aparatoso y la herida, una vez cubierta, parece el doble de lo que es en realidad. Pero el viaje, claro, sigue.

Hasta el último momento no nos aseguraron que el vuelo fuese a tener lugar, pues la única avioneta de la compañía aérea estaba pendiente de una revisión técnica que había de tener lugar esa mañana. Es mejor ir acercándose al aeropuerto, y ver lo que nos encontramos. Al llegar me asomo a la pista y allí está, siendo revisada. Hay un grupo alrededor: unos mecánicos asomándose al motor subidos a una pequeña escalera, otros toman nota (parecen los técnicos), otros pocos limpian el morro con esmero; otros que hablan a pie de pista, y estos no hacen nada.


He notado a un señor de mediana edad al entrar, sentado mirando hacia donde hemos dejado las cosas, medio dormido. Es la única persona del aeropuerto. Parece esperar algo o a alguien, y nos ponemos a imitarle. A mi, que no me gusta la espera quieta, por pasiva, me da por darme algún paseo en el Aeropuerto Internacional de Chiclayo. Paso la mayor parte del tiempo intentando que la noche sin dormir no me pueda, observando la avioneta, de espléndido aspecto, robusta: ya veremos. Nadie en los mostradores, pido alguna referencia sobre la compañía aérea a los pasantes, todas excelentes.


Salgo afuera y veo un grupito que llega: los pilotos, y la señorita que nos atenderá. La cosa se va moviendo: acercamos los bultos, nos preguntan nuestro peso, el de las maletas, hay otro pasajero: en total seremos tres más los dos pilotos. Antes de salir a pista miro al señor, ya totalmente dormido: yo no sé qué hizo toda la mañana por allí, sentado, haciendo como si esperaba.


Los motores se encienden y van cogiendo potencia; yo, que ya he debido ir en avioneta, casi no me acordaba de este ruido, de los temblores.
El viaje por el aire es una delicia, se pueden ver las calles por las que hemos andado un rato antes, el cielo despejado con una luz pura, de verano, todo es detalle desde aquí, las nubes quedan bien arriba, no llegamos tan alto; cruzamos montañas y valles: los Andes. Hacemos una escala: el otro pasajero iba a Jaén, y luego, un despegue y un aterrizaje después, enseguida llegamos a Chachapoyas.


Yo había prevenido al señor Carlos Burga de nuestra llegada, y él, que es uno de por aquí, había enviado un taxi para recogernos. Llegamos a nuestro hotel y finalmente conozco al señor Burga en persona, con quien hasta ahora sólo había tenido contacto telefónico previo al viaje, los preparativos: negociar precios, fechas, horas y estas cosas. Al principio creo que no me reconoce, pues luego me da un abrazo efusivo y la bienvenida: parece muy contento de vernos llegar a su casa, que también es un hotel.

Hablaré de Burga: el señor Burga tuvo un cargo político en su día, y hoy ya retirado de la cosa pública, se dedica a la hostelería. En la región es un hombre muy conocido, además de respetadísimo. Por aquí se le conoce como Don Carlos. Concretamente, fue director de turismo de esta región, la región departamental del Amazonas. En cualquier caso, fue político, y eso enseguida se le nota: quiere que le paguemos por adelantado. El pago es por los 4 días que vamos a estar andando por los alrededores, para así conocer algo de este lugar.
El alojamiento en su hotel: es un edificio muy acogedor, donde hace frío pero las mantas abrigan, hay un patio interior muy verde, las escaleras son de madera, hay agua caliente, está limpio y en orden: pagamos lo que nos pide.


Y salimos a ver un poco esta ciudad. Lo primero que se constata es que la economía local está sustentada, en gran medida, en dos tipos de negocios: las boticas y los locutorios. Lo segundo se entiende, pero tantos medicamentos le dan a uno la impresión de que esta gente enferma demasiado a menudo.

Los días van acortándose, ya se va poniendo el sol, el cansancio es grande. Mañana saldremos pronto: mejor ir tumbándose.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Le felicito por su blog, pues estas cosas de viajes nunca son sencillas.

Un abrazo.