viernes, noviembre 30

En el otro lado hay colapsos

Con pasaportes y papeles y sobres entre las manos, en el frío y en el calor, todas las mañanas están firmes en la acera de enfrente, a unos pocos metros: no se tiene más que levantar la vista y se les ve pacientes en una fila india que recorre el ángulo de dos calles, a la espera de materializar la cita (paso previo a la obtención de un visado) que se aconseja pidan con treinta días de antelación: es la fila a la puerta del consulado español en Lima.

El consulado de España en Lima queda enfrente de la oficina económica y comercial: la fila está y estará allí todas estas mañanas que me quedan por venir a trabajar. Suelo salir a media mañana, a estirarme y fumar algo, a charlar con el vigilante de la puerta y preguntarle todos los días por las mismas cosas, y de paso observo a qué altura queda la persona que tomé como referencia cuando llegué a las 9: hay dinamismo, y siempre la han hecho pasar a la hora del primer cigarro.


Una mañana crucé la calle, me llegué hasta la fila y tras atravesarla alcancé mi destino: el consulado de España. Batir esta breve distancia fue como el que toma una determinación muy sólida, se levanta de la silla de un respingo y golpea la mesa: luego de una semana llamando a distintas horas al número que me constaba era el del consulado de España, me cansé de oír como respuesta a una máquina que me pedía paciencia, y una vez se me daba paso nadie descolgaba al otro lado: tenía una consulta, y me dije que la distancia no es grande. No hay más que cruzar al otro lado.

No conviene ir sin padrino, y yo no fui a ciegas: conocía la manera de saltar esa cola y sabía por quién había de preguntar. Y en ese orden fui siguiendo mi determinación y su solidez: todavía resonaba el puñetazo en la mesa, había una consulta por resolver, y al margen de iluminarme con su respuesta, del otro lado salí intuyendo cómo está naciendo un nuevo país: la nueva España.


Di rápido con mi contacto, y en cosas de la administración no hay nada como los contactos: engrasan las gestiones, y yo iba en busca de soluciones. Así, dar con españoles en el extranjero es agradable, y escuchar a los que llevan mucho más tiempo que uno viviendo allí (¡y trabajando!) es una delicia. Yo escuchaba, pues aquella mujer era mi contacto, y aquella mujer decidió hablarme, muy flamenca.

Nadie responde al otro lado, donde me encontraba ahora, porque el consulado, y con él su central telefónica, están técnicamente colapsados. Técnicamente comprende la vertiente humana y también la física. El aspecto físico acababa de verlo en forma de apelotonamiento en las distintas salas por las que me fui asomando: gente y pares de ojos esperando.
El aspecto humano se intuía tras las palabras: cada funcionario del consulado realiza una media de 70 entrevistas al día, en las que han de vislumbrar si la persona sentada en la silla de enfrente está diciendo la verdad cuando solicitan su visado de turismo. La verdad: regresarán a Perú en la fecha que figura en sus billetes. La mentira: quedarse, como sea, en España.

En las palabras de aquella mujer aparecía repetidamente la palabra Madrid, pura sinécdoque. Sobre todo cuando pregunté por los visados de trabajo. La estrategia es simple, y al parecer también efectiva: un peruano ya instalado en España contrata allí al familiar, amigo o conocido que desea seguir sus pasos y dejar Perú. Ese contrato implica la obtención del visado de trabajo, y con él Eldorado: la legalidad en la próspera España.
Todo lo cual ha dado situaciones laborales llamativas: mujeres que contratan como servicio de limpieza a sus ya ancianos padres, o madres que fundan empresas y contratan a toda la prole. "Esto en Madrid lo saben, y Madrid lo aprueba".

Era el momento de introducir el efecto llamada, y con él la política: uno no sabe estarse mucho rato sin mentar la política. Esto me acabará trayendo enemigos.
Sí ha habido efecto llamada, puesto que hace tres años la carga de trabajo era óptima. Yo quería un por qué de todo aquello, y finalmente surgieron: son los votos. En la fila que hay cada mañana dibujada en una acera de Lima yo veía peruanos, mientras Madrid ha visto votos. En términos políticos la estrategia es buena, por efectista. Y las urnas, con todos esos nuevos votos y los de antes, dirán todo lo demás.


El actual gobierno de España ha decidido abrir las puertas del país, y si yo fuese peruano también estaría haciendo esa cola. Al peruano no se le puede pedir que piense en el futuro de un país que no conoce, cuando hoy está con hambre y frío en una cola. A los gobernantes de un territorio sí: pasado mañana esa fila entera será tan española como el jamón, es decir, serán ciudadanos de España. Confío en que esos mismos gobernantes hayan pensado la estrategia que ha de convertir a los votos en ciudadanos.

La inmigración nunca es un problema: por ahora a España no le han traído más que soluciones. Conviene dar un vistazo a la combinación de Economía e Historia y sus resultados antes de pronunciarse: pocos países crecen mucho durante mucho tiempo sin la mano de obra barata. Siempre he pensado que en España no hubiese habido nada peor que todas esas filas enfrente de los consulados diciendo que se quedan en casa y que no se mueven: ¡quién nos iba a servir los cafés en las mañanas!

Yo tenía que comer, y aquella mujer entrevistar a la fila india entera: ya habían cruzado el umbral del edificio, y ahora, mal que bien, había que despacharlos.


Pronto pasaré de nuevo a hablar con ella: una consulta inventada será mi excusa. De nuevo cruzaré la fila india, a la cual miro ya como lo que han decidido que sea: España en el siglo XXI, la nueva España; y yo uno de tantos que está asistiendo, en directo, a su parto.



Y los días van pasando: espero que estéis bien.

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