lunes, agosto 11

estos días de invierno: la muerte y el turista

Al museo del Holocausto que armaron los judíos en la ciudad de Buenos Aires se puede llegar recorriendo alguna de estas calles cualesquiera que componen la capital. También, si uno así lo desea, se puede atravesar una plaza muy concreta, cuyo centro está dominado por un gomero majestuoso: es un árbol que crece tumbándose (y como mostrando un espíritu perezoso, medra muy poco hacia arriba: casi no tiende hacia el cielo, como se suele leer) ante el cual le entra a la gente unas ganas enormes de imitarlo y echar una cabezada, una pequeña siesta de estas con las que los españoles somos tan frecuentemente identificados y confundidos.

Las calles a las que se hace referencia tienen este aire europeo que reina en toda la capital; y enseguida se llega a este museo.
La puerta de entrada pesa lo suyo: es de hierro macizo forjado con estas volutas de formas que imitan la naturaleza; es de estas puertas ante las cuales, al pasar por delante, hay personas que exclaman ¡qué puerta tan grande! con mucha gracia, esta manera que hace reír al que oye o escucha. Luego de cruzarla y pagar el precio de la entrada, se llega a este recinto donde uno agradece el orden -la cronología- que impera, pues ayuda a hacerse unas pocas ideas más o menos aproximadas del periodo que se pretende explicar. Sobre estos años que cubre el museo poco podré añadir yo, que no soy historiador ni poseo la mínima cultura que -una simple aproximación al tema- requiere.

Algo se podrá añadir, sin embargo, sobre las razones que le empujan a uno (que hace de turista por Buenos Aires durante unos pocos días) a entrar a sitios donde, sobre todas las cosas, va a dar de bruces con la muerte y el horror absoluto; aunque la vitrina y el tiempo ayuden a amortiguar un poco los efectos y sensaciones. El asesinato batiendo todas las marcas -en tiempo, espacio o número- y hoy hay varios museos repartidos por el mundo cuyo objeto es representar el horror de la manera más exacta posible, se deduce que para ir azuzando la memoria. Posiblemente sea esta cualidad psíquica, en concreto su búsqueda, hallazgo y retención, la que arrastró a este turista que nos ocupa hacia el museo. Fue consciente, desde la primera fotografía, de que era importante mantener la calma e intentar aplicar -durante todo el recorrido- alguna lógica o rigor científico que brinde una suerte de defensa, acaso un arrimo suave a las caras de las fotos, a los hechos descritos, a los métodos y los números, al zyklon B o los sonderkommandos; es decir, intentar aplicar un prisma de hombre tranquilo: de hombre de ciencias. Pero el equilibrio fue imposible: el turista fracasó pues no estudió ciencias y son materias que no domina; y con la sensación de fracaso acabó saliendo por la pesada puerta para descubrir alguna cosa más de esta capital.

Hubo pues que continuar estas vacaciones. Venir a Buenos Aires y pasar unos pocos días por aquí es un viaje al que se ha de tener cierta consideración, cierto aprecio incluso. Yo había oído hablar de este amor y me sugirieron repetidamente.
Las opciones en cuanto a paseos o visitas son variadas, y gracias al amigo bonaerense R., quien aportó mucho músculo a los tours, fuimos bien ágiles. Yo le tuve mucha estima a una cafetería donde me dicen que iba Borges de joven, y frente a la cual hay otro gomero majestuoso, un gomero del siglo XIX que se extiende a lo ancho -leo por ahí- unos 50 metros. Este árbol atrae a muchos clientes hasta la terraza, se les puede ver sentándose y pedir una café con estas medias lunas tan locales, y ponerse a contemplar el tronco, las raíces, las hojas, los frutos que caen, etc. hasta que les entra un poco de modorra.


Esta ciudad, a pesar de todo esto, no estaría exenta de algún peligro de -digamos- percepción. Es este: en Buenos Aires el europeo medio se encontrará como en casa, y quizá esto desencante algo al turista desinformado que venga buscando esta América Latina del folclore que tanto éxito cosecha entre la juventud. Yo, que tengo algún contacto por Francia, he escuchado que América Latina está de moda entre los jóvenes de ese país; moda que quizá se podría extrapolar a otros países de Europa.
Luego de un tiempo viviendo en este país -Perú- por donde también se ha hecho algún viaje, uno ha llegado a dominar la técnica para identificar al turista, dejando de lado las teces. Todo turista que viene al Perú paseará, antes o después, con un chullo peruano en la cabeza. O posará para una foto con un chullo bien colorido cubriéndole el pelo. Así se les puede identificar, pues yo no he conocido a un solo peruano que los use, y parece que la industria textil que los confecciona hasta exporta, visto el éxito entre el extranjero.
En efecto, el chullo es casi una tradición ya. He ido controlando a las visitas que han pasado por casa: todas sucumbieron al chullo: todo el mundo tendrá su foto o su chullo en la maleta (o sobre la cabeza) al salir del Perú. Yo también tengo mi chullo, que sólo saco cuando hay alguna cámara de por medio.
Habría algún apunte más: se suele oír hablar de la autenticidad de América Latina, representada -según parece- por países como el Perú o Bolivia; se trataría de una autenticidad siempre contrapuesta a ciudades como Buenos Aires (bastante menos auténtica), no digamos ya con las europeas (en absoluto auténticas). América Latina es un lugar auténtico, dicen.
No he podido evitar preguntarme repetidamente el por qué de esta afirmación, el dónde reside exactamente la autenticidad de este continente. Quisiera conocer las razones por cuales este país donde vivo es un país auténtico.
C., que es una mujer valerosa, me dio la clave hace unos días: es el subdesarrollo. El subdesarrollo funcionaría, en esta concepción del turista, como un elemento más del paisaje, algo que se sabe está ahí y que por tanto puede ser visitado o fotografiado. El subdesarrollo como un elemento identificador de un continente, éste desde el que se escriben losadioses, con sus pobres, con sus infraestructuras deficientes, sus políticos tan locales, sus economías de vaivenes, sus cuartelazos, sus vestimentas de hace ya un tiempo: forzosamente el turista también contempla todo esto al planificar los posibles destinos y por tanto exige su derecho a verlo.
En Buenos Aires, por tanto, es posible que sí se de el subdesarrollo, ma non troppo; y quizá esto desencante algo al turista desinformado que venga buscando esta América Latina del folklore que tanto éxito cosecha entre la juventud. Y un turista desencantado puede ser una cosa muy peligrosa.



Yo, cuando hago o deshago las maletas de un viaje siempre -pero sobre todo cuando las hago- procuro tener a mano este artículo del escritor Arcadi Espada; un artículo que se usó en su día y que hoy continúa imbatible, esperando a ver quién supera cosas como estas:
"En efecto, yo soy un viajero con impedimenta. A los viajes me gusta llevarme, incluso, los problemas, confiando en el mito romántico de que volveré con ellos solucionados y al fin hecho un hombre (...) Siempre me han parecido de una gran ingenuidad esos viajeros que anuncian sus propósitos de ser, por un mes, indonesio, francés, keniata o mexicano, según el destino anual, y que eligen el camaleón como figura simbólica de su carácter. Por el contrario yo he viajado siempre para confrontarme con lo que veo y proceder casi de continuo al odioso (pero menos odioso que instructivo) juego de las comparaciones. Y para precisarlo algo más, y como Camba, yo he viajado siempre, y sobre todo, para ciscarme en España, lo que resulta facilísimo (...) he andado por el mundo con el yo demediado durante muchos años y experimentando a cada regreso una insensata alegría. Más que volver a la ciudad, volvía a mis hábitos, alimenticios, lectores, conversacionales, tan duramente labrados. Y no había ocasión en que no me preguntara si en realidad no viajaba para amarlos, como suele suceder con algunas cosas que se pierden."
En fin. Con la multitud de compañías aéreas caras y baratas que se han creado -y con éstas, sus promociones y discounts- se pueden hacer tantos viajes hoy día... Hay multitud de posibilidades, y luego uno puede incluso sentarse y escribir alguna cosa sobre lo que vio o le contaron.
Esto fue un turista que iba por Buenos Aires.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

1 comentario:

Monica dijo...

estoy en uno de los hoteles cinco estrellas en Texas por trabajo, cuando vaya de visita a buenos aires voy a recorrer, recoleta, palermo, algunos shopping y me gustaria ir al Malba tambien.