Este blog, y yo con él, ha recibido alguna crítica. Se trataría de críticas amigables, discretas, que en ningún caso buscarían polemizar sino sugerir, y todas con una base común: en estos textos yo no hablo de mis cosas, sino de asuntos mucho más abstractos y difíciles de aprehender. Por tanto, y al parecer todavía peor, no hablo de mí.
Le he ido dando alguna vuelta, aquí o allá, y me digo que podría ser; concluyendo, bien agestado, que la crítica es justa, por exacta, pero sobre todo por bondadosa.
Es conocido que hablar de lo propio no es sencillo: por eso uno se inventa vidas de recreo, y por esta misma razón se habla mucho más a menudo de lo ajeno en tantos medios, y de tantas maneras.
Todo lo cual me trajo aquí, donde hoy se podrá esperar el amago o algún intento.
Antes de eso: creo que la crítica, en términos generales, se refería a que en este blog no se escribe lo suficiente sobre lo que me pasa en esta ciudad, y mucho menos del cómo suceden las cosas que, teniendo lugar aquí en Lima, al mismo tiempo tienen alguna relación conmigo.
Intentaré entonces tomar una foto aprovechando la buena luz del verano limeño: esto que sigue sería un día en Lima, un día a brochazos.
Me levanto de la cama a las ocho de la mañana, y casi sin despertarme me meto bajo la ducha. Ese tiempo del desperezo suelo escuchar las noticias en RPP (radio-programas-del-Perú-te-informa-primero) o algo de música: más bien lo primero pues casi no dispongo de discos aquí, con lo cual al no haber gran variedad enseguida me canso de las mismas canciones a esa hora penosa. Luego de vestirme salgo de casa, y entonces siento por vez primera en la jornada mi condición de expatriado: no estoy habituado a casi nada de lo que sucede a partir del momento en que cruzo el umbral de la puerta del portal.
El itinerario hasta el trabajo es sencillo, y casi siempre rápido: desde que siento esa primera bofetada de vivir en lo ajeno hasta estar sentado frente al ordenador o haciendo las primeras llamadas demoro unos 25minutos.
Pero antes de esto está la principal actividad urbana de hoy: el desplazamiento, ir de un sitio a otro, a poder ser cómoda o rápidamente. En ese intento, y por bosquejaros un itinerario, he de salir a la avenida José Larco, por donde la mayoría de las combis recorren la eterna avenida Arequipa, cuya cuadra 32 es mi destino parcial. Antes de llegar a Larco recorro los escasos metros del jirón Tarata, y siempre me acuerdo de las
bombas y sus muertos, pues tengo la costumbre de girarme a mirar el edificio Residencial Central conforme paso por delante. Entonces, ya se dijo, yo no vivía aquí.
Una vez llego hasta el paradero, y antes de subir a la combi, miro a los lustrabotas y hecho un vistazo a la prensa que cuelga pinzada de un quiosco, todo mientras espero para elegir la buseta que me desplazará esa mañana. Siempre pretendo que tenga libre el asiento del copiloto, para de esta manera ocuparlo yo, pues es el único en el que puedo sentarme sin encoger las piernas antes, y donde también realizar el tránsito algo aquietado. Una vez instalado intento leer lo que haya cogido esa mañana, pero con la
música de moda al volumen medio de las combis es difícil concentrarse en los personajes. Entonces suelo distraerme a analizar la conducción en Lima, el cumplimiento de las normas del código circulatorio desde esa perspectiva privilegiada. Es una actividad que termina de despertarme, y a la que poco a poco uno se va acostumbrando. También observo al conductor, sus volantazos y mentadas, los vistazos rapidísimos a uno y otro retrovisor antes de cada maniobra; suelo detenerme también en los pequeños altares improvisados que tienen las combis sobre los salpicaderos, altares muy bien equipados con sus cruces, rosarios incorporando juegos de luces, postales con loas y oraciones a los santos locales y otras imágenes sagradas. Por ahora estos conjuntos parecen cumplir la función -protección, digamos, divina- que se les presupone.
Hace algunos meses que disfruto de una beca en la oficina económica y comercial de España, -dependiente de la embajada de ese país en el Perú- lo cual supone, entre otras cosas, que deba desplazarme desde Miraflores hasta el barrio de San Isidro cada mañana. Así, luego de bajarme resoplando de la combi, enfilo por las calles del distrito financiero de Lima hasta esa oficina que me acoge, dejando atrás la avenida Arequipa y su follón de ruido, gente y humo. Este nuevo paseo es, a ratos, agradable: hay un parquecito de olivos, paro a comprar un jugo de durazno y también las galletitas Chaplin, me suelo cruzar con las mismas personas. Y después enseguida se llega.
Hace algunos meses que disfruto de una beca, y es importante señalar que no se trata de mis inicios en la carrera diplomática. Concretamente la beca que me asignaron es la que yo elegí, la del perfil ''inversiones'': trabajo con las empresas españolas ya instaladas o que pretenden implantarse en el Perú. El trabajo supondría: medir el clima de negocios, asesorar a las empresas con planes de expansión en este país, analizar las oportunidades de inversión que pueden surgir, resolver las consultas comerciales que llegan desde España, redactar notas sectoriales e informes, poner al día la guía de inversiones en el Perú, descolgar el teléfono y contestar, atender a las personas que vienen a buscar asesoramiento a la oficina, atender a las empresas que vienen al Perú, así como confeccionar sus agendas de trabajo cuando realizan alguna misión comercial. Estas tareas me han sido asignadas por el periodo un año: esto, que nuca se pierde de vista, hace que predomine el buen ánimo, intentando siempre ver la cara amable de todas estas actividades que se han enumerado.
Creo que hasta ahora lo más interesante habrán sido las reuniones. Yo con cualquier pretexto me pongo una corbata y salgo a reunirme, siempre ando ofreciendo mi presencia en los despachos ajenos, lo cual a un carácter tan servicial como el peruano parece halagarlo mucho. Qué sé yo, un alemán no abriría tan rápido sus puertas, y un francés ¡aún menos! Hasta la fecha he visitado ministerios, otras entidades públicas menores, empresas privadas, ferias, sociedades de empresarios, he charlado -durante los recovecos de las reuniones- con asesores de algún ministro; escuchando a estos últimos la perspectiva de los affaires públicos es cambiante. Siempre he salido de esas salas con la impresión de que están muy bien aferrados al sillón, en una postura muy sólida, y las palabras que dicen giran en este sentido: demostrar la fortaleza de su puesto, al parecer puestos siempre importantísimos y que suponen mucho trabajo.
Aun en cuanto a trabajo. El mío se complementa con el lugar físico donde se desarrolla: una casa antigua de dos plantas y sótano, rodeada de un jardín estrecho al frente y a los costados que se agranda en la parte de atrás, donde uno encuentra algunos árboles, un pequeño porche juntándose con el muro final, flores muy cuidadas de colores vivísimos, césped de un verde suave y claro, unos breves escalones que suben hasta la puerta de atrás; todo el conjunto: una delicia para salir a fumar o a tomar la fresca.
La entrada principal posee un acabado muy matizado: los escalones del mármol siempre resbaladizo, la pesada puerta con sus volutas de hierro; el suelo de madera cuando ya se está adentro, a derechas se deja la escalera de caracol y su gruesa alfombra roja, y enseguida ya estaría la enorme mesa sobre la cual hay cuatro ordenadores, entre ellos el mío.
Volviendo a la foto y su cronología, después de estas impresiones que ocupan la mañana y la primera hora de la tarde vendría la hora de comer. Mientras dure este verano la oficina tendrá horario de 9 a 14.30; por lo que ahora suelo volver a comer a casa. En casa está C., y nos deleitamos con la comida de nuestra mujer de la limpieza, O. Hablaré de O.: es una mujer muy eficiente, pues no deja un solo rincón sin limpiar o repasar, y además le queda tiempo para cocinar bien. Cocina sin grandes aspavientos, como buena peruana. Es una mujer delicadísima en las formas, tanto que a veces me lo pienso mucho cuando he de dirigirle la palabra, pues parece violentarse. También es muy discreta: no se la oye apenas, y de tan pequeña a veces cuesta verla.
Luego empieza la tarde. C. da sus clases de francés en el salón, así que yo suelo refugiarme en este pequeño cuarto oscuro para el que solicité un escritorio, intuyendo quizá al hacerlo que sería aquí donde escribiría estas cosas que conforman el blog. Si no estoy aquí escribiendo, suelo salir a pasear y llegar a un café donde me siento a leer algo.
Tras las clases de francés salimos: suele haber algún paseo más, por los malecones, cenar fuera, reunirnos con algunas personas, la mayoría europeas, aunque a este respecto, y gracias a C. y su capacidad de simpatizar, se ha ampliado ese círculo llegando hasta el Perú. Creo que esto es importante, mantener relaciones con la gente de aquí hace que el interés por este país, y en concreto por su historia reciente, se haya mantenido e incluso aumentado. En cualquier caso, no salimos hasta tarde, y solemos terminar viendo alguna película en casa.
En fin. Las fotos, y su imperfección, por estáticas. Esta -ya se dijo- la tomé hoy. Como se habrá apreciado, no es gran cosa. La de mañana, y las que queden por venir: ya se irán viendo.
Y los días van pasando: espero que estéis bien.
2 comentarios:
¡Gracias! Has escrito un post cargado de generosidad, y delicioso en la lectura.
espero que estéis bien.
Un beso.
Lu
Holi!!!!
Soy Sara (la de Peris, jejejeje), que casualidades tiene el mar de internet que navegando navegando me he encontrado con tu blog.
La impresión que me llevo es que estás bien por esos lares, veo que disfrutas con tu trabajo y el lugar parece bastante bucólico, eso es bueno.
Javi se acuerda mucho de tí, el otro día me dijo que tenía ganas de hablar contigo pero que no sabía cuanto le costaría (rácano,jejeje) y sobre correos, bueno ya sabrás que no es muy dado a escribir...
Un besote y disfruta!!!
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