Me encuentro con mi gran amigo C. paseando por una calle limeña, al costado de los malecones: por aquí la ciudad respeta algo al peatón (un algo que resulta ser siempre insuficiente).
Este C., hombre entrañable al que hacía días que no veía, es un español quien últimamente anda preocupado, yo esto se lo noto nada más estrecharle la mano: me dice que ha sufrido algunos alifafes que le han dejado algo desorientado, pues no se los esperaba. C. ya tiene sus años, muchos más que los míos, años que últimamente lleva de aquella manera.
Yo, sobre todas las cosas, encuentro que se le han juntado los kilos, demasiados, todos por la cintura, gordo, un cuerpo como de pera, con una falta de agilidad tremenda, sobre todo cuando nos ponemos a andar, acompañándonos. Un momento dado me coge del brazo para hablarme, bajando algo la voz dice:
-Estos achaques... lo mío anda mal, muy mal: son los negocios que no terminan de avanzar.
Lo suyo: C. tiene una gran fe en un proyecto en el que lleva metido un tiempo, que fue la razón por la que nos conocimos, pues alguna cosa de estas veo en mi trabajo de ahora. Un proyecto mastodóntico, granítico, inabarcable por la cantidad de dinero que requiere, del cual me ha hablado muchas veces -aunque esta es la primera que lo hacemos frente al mar, cosa que se agradece. Así, por razones que no vienen al caso, el proyecto no termina de arrancar, lo que le genera a mi amigo una comezón que a mi me pone algo triste.
En cualquier caso, el proyecto puede dar una cantidad de dinero considerable a mi amigo, si termina por salir.
Es esta sensación -hacer dinero- la que en estos momentos reina en el Perú: la impresión general es que el que posee un dinerillo ahorrado y decide invertirlo puede ganar otro poco, e ir avanzando con la reinversión. El peruano -de carácter por lo general poco avispado para los negocios- empieza a cuidar la idea de hacer crecer al país mediante la inversión: cada vez hay más empresas, más comercio, más bancos, más prensa salmón: sí, los negocios van avanzando. Esto es algo insólito en el país, e infrecuente en el continente -exceptuando a los chilenos.
Yo creo que esto, estas enormes expectativas creadas, lo son todo, pues se contagian por Lima a una velocidad magnífica. Estas expectativas, o siendo exactos, su inexistencia, eran un problema peruano que atoraba al país. Ahora que el país echa a andar va dejando atrás esto y otras cosas; y de paso sus ciudadanos van ganando un dinero -como para ir tirando.
O así se lo hago ver a mi buen amigo C., quien, cariacontecido, se molesta un poco con mi respuesta optimista ante estas inquietudes locales que me plantea. Pero yo le entiendo, pues este hombre es muy terco. Después de casi 50 años en Perú mi amigo no posee ninguna cualidad del carácter local, que son muchas.
Lo que más ha unido a C. conmigo es el hecho de que ambos somos de la capital de Aragón. Nunca he visto un carácter tan de la tierra: es un aragonés muy terco, algo rígido en los pensamientos, y muy devoto de la virgen del Pilar, a la que suele nombrarme a menudo, sobre todo cuando habla de la providencia que va zurciendo los negocios: este hombre nunca dejará de ser lo que es, esto es, un carácter muy zaragozano, un localista extremo, muy de la tierra que pisaba en su día.
Y los días van pasando: espero que estéis bien.